La independencia llega a la América española, el siglo XIX como bien comentamos en el apartado anterior, se caracterizó por ser uno de los periodos más convulsivos en la historia de América Latina. Las revoluciones independentistas, los problemas políticos que prosiguieron durante mediados del mismo siglo y adelante, así como también las desigualdades sociales que trajo consigo las guerras internas entre los diversos grupos ideológicos que perjudicaron a la mayor parte de la población, pero, sobre todo, a las economías nacionales que no podían recuperarse.
Pero ¿qué cambiaría con estos nuevos procesos llevados a cabo a través de las armas? En primer instancia, la abolición de todo control monárquico en las antiguas colonias de América; en segundo momento, se establecía un nuevo ordenamiento basado en el principio de división de poderes, tomando como modelo la independencia de las trece colonias norteamericanas y la Revolución Francesa; y como tercer elemento, un nuevo proceso político liderado por criollos que durante el periodo colonial gozaban de privilegios y acceso a la riqueza, sin embargo, sus intereses se vieron afectados a partir de las reformas borbónicas y el proceso centralizador que los reyes de dicha casa real impusieron en todos sus dominios, de ahí que se vio la oportunidad para poder romper los lazos con España.
El duro peregrinar de los movimientos de independencia se vio marcado por dos fases, el primero que iniciaba entre 1804 con la independencia de Haití y que proseguía con los movimientos de otras colonias como la Nueva España iniciada en 1810 y que tuvo su punto más alto e importante entre 1811 a 1815 de la mano del general José Ma. Morelos y Pavón o el caso del Virreinato de Nueva Granada, donde Simón Bolívar inició el proceso emancipador en los actuales países de Venezuela, Colombia, Ecuador y Panamá, quienes conformaban una gran extensión territorial de dicho virreinato.
Guerra Vilaboy (1997), nos menciona que “a pesar de los límites impuestos a la lucha de independencia por las clases dominantes criollas, en algunas colonias estallaron verdaderas revoluciones populares […]”
Así, con este panorama el siglo XIX iniciaba su proceso emancipador, una lucha de trescientos años de dominación colonialista y donde se había impregnado en el pensamiento de los criollos y mestizos un proceso en la formación de nuevas conciencias abonando a su vez a la creación de los nacientes Estados nacionales que tardarían en consolidarse en gran parte de América.
El proyecto de unificación de las colonias americanas estaba latente en el pensamiento de Simón Bolívar, en un intento por consolidar la utopía de formar una sola nación se vendría abajo a raíz de las diferencias políticas de liberales y conservadores, pero sobre todo por la nueva colonización que iniciaba su expansión hacia los nuevos territorios independientes, es decir, el capitalismo. Guerra lo define correctamente, respecto al papel que tomaron los procesos de independencia, mencionando que “la revolución de independencia tuvo en América Latina un carácter potencialmente capitalista […] faltó la imprescindible base social para cumplir las tareas históricamente maduras de demoler las relaciones precapitalistas” (Guerra, 1997, p.28).
El triunfo conservador dominó la primera mitad del siglo XIX, después de las luchas de independencia, los sistemas coloniales de los grupos religiosos, hacendados, algunos militares y aquellos que se apegaban a una forma de gobierno dictatorial o imperial, generó el establecimiento de gobiernos con amplio desapego a los ideales de la independencia, la iglesia volvía al centro de control social y político y militares como fue el caso de México con Antonio López de Santa Anna, creaban las condiciones para que se asentara de nueva cuenta un sistema basado en el control absoluto. La política interna se encontraba en ruinas y los liberales no contaban con la fuerza necesaria ni los recursos económicos para posicionarse sobre el ala conservadora.
El paisaje era desolador, no había una unificación interna en las distintas naciones independientes y eso fue bien aprovechado por nacientes potencias como fue el caso de Estados Unidos que para 1847 – 1848, aprovechó el momento de desequilibrio político que existía para expandir sus dominios y declarar la guerra al territorio mexicano, el cual, nada pudo hacer y terminó cediendo al tratado de Guadalupe – Hidalgo, un acuerdo de paz con el que la guerra finalizaba pero México se vería forzado a entregar los territorios de California, Texas, Nuevo México, Arizona, Colorado, Kansas, entre otros, perdiendo con ello la mitad de su territorio.
Para concluir, es a partir de este periodo que va entre 1830 a 1850 que un nuevo enfoque colonialista comenzaba a dominar a las naciones latinoamericanas. El impulso liberal tenía por consiguiente erradicar el conservadurismo y las aspiraciones centralizadoras del poder, así como también acabar con el control de la iglesia y la posible búsqueda imperialista que predominaba en la ideología conservadora. No obstante, el acceso de los liberales a cargos estratégicos del poder, abrió las puertas para que países como Inglaterra (que se encontraba en otro proceso de desarrollo industrial) y especialmente Estados Unidos, fijaran sus ojos en la mano de obra y recursos naturales que ofrecía América Latina, por consiguiente, la segunda mitad del siglo XIX y hasta entrado el siglo XX, el expansionismo y capitalismo que comenzaba a dominar la esfera mundial de aquellos años empezó a introducirse al grado de ganar grandes privilegios para la explotación y esclavitud de los latinoamericanos radicados en distintos territorios del continente, México no fue la excepción en este proceso.
Bibliografía
Guerra Vilaboy, Sergio. (1997). Etapas y procesos de la historia de América Latina. Cuadernos de Trabajo, Instituto de Investigaciones Histórico – Sociales, Universidad Veracruzana. https://biblioteca.clacso.edu.ar/Mexico/iih-s-uv/20170608043740/pdf_473.pdf