Después de una larga ausencia de no testimoniar a través de la escritura el andar del pueblo mexicano, por fin nos encontramos de vuelta para que nuestros apreciables lectores disfruten y conozcan las andanzas de México y de América Latina en sus diversas facetas, pero muy particular, en la cuestión política e histórica.
Retomando el vuelo, hemos de testimoniar y continuar nuestro recorrido histórico a través de América Latina. Una región que como ya se había dicho con anterioridad en otros artículos de mi autoría, es muy importante por ser una zona rica en cultura, historia, tradiciones, paisajes naturales y, por ser de las zonas con más riqueza natural del mundo.
Es así como, recordando la tercera parte del presente trabajo, nos adentramos a ese colonialismo imperante en América Latina, un colonialismo del que no hemos podido emancipar ningún aspecto característico que nos define como latinos y que sigue impregnado en nuestra memoria colectiva. Aquel dominio en su mayoría español, prosiguiendo con el portugués, que se situó en el año de 1492 con el “descubrimiento” del Nuevo Mundo, trajo consigo una corriente de conquistas, enfermedades y procesos evangelizadores que fueron empapando la mentalidad de los descendientes europeos y nativos de los territorios americanos.
En ese tenor, el proceso histórico que va de mediados del siglo XVI y hasta principios del siglo XIX, antes de los procesos independentistas de la América Española, se desarrollo bajo el precepto de la consolidación de las nuevas instituciones españolas como fueron los Tribunales, Alcaldías, Ayuntamientos, las comunidades religiosas, así como también, la fundación de nuevas ciudades y asentamientos donde confluían tanto españoles, criollos, indígenas y un sinfín de nuevas castas sociales.
Nuevos virreinatos surgieron como fue el caso de México, conocido durante ese largo dominio español como Nueva España, o el caso del virreinato del Perú, prosiguiendo con el virreinato de Nueva Granada, el de Río de la Plata (estos últimos fundados a mediados del siglo XVIII), la finalidad de este sistema, era conjuntar a diversos países actuales en un solo dominio administrativo, político y territorial que permitiera gobernar de manera más sencilla la región y frenar a su vez la expansión de las potencias europeas como la de los ingleses o la incursión de piratas a las colonias españolas; aunque de fondo solo se buscaba la explotación de los recursos tanto naturales como mineros.
No obstante, como bien lo menciona García Solano, “los europeos interpretan al americano como esclavo por naturaleza y ellos, españoles y portugueses como los amos quienes en su deber moral deben civilizar al barbarismo de los indios” (Solano, 2016, p. 343). Esta característica de dominio, esclavitud y consolidación de una nueva cultura americana basada en el precepto de la religión católica, dio paso a una nueva sociedad, marcada por una nueva identidad cultural, es decir, no eran españoles, pero tampoco indígenas, sino que tenían ambos rasgos, por lo cual, se denominarían mestizos.
A partir de aquí, la estructura colonial de dominio europeo comenzaría a dar un giro importante en el pensamiento de los americanos, si bien hacia mediados del siglo XVIII las ideas liberales comenzaban a impregnar el pensamiento de la sociedad en América y a despertar un poco la consciencia, no sería sino hasta principios del siglo XIX cuando dichas ideas se comenzaron a ver plasmadas en las primeras luchas de emancipación e independencia de las colonias españolas.
Una nueva identidad se conformaba y la idea libertaria empezaba a resonar con fuerza entre los pensadores ilustrados de principios del siglo XIX. Durante este proceso de inicios de la lucha armada, en 1810 en México surgen personajes que cimentaron la conformación de los nuevos poderes gubernamentales, tal fue el caso de Miguel Hidalgo, Ignacio Allende o José María Morelos y Pavón; en el virreinato de la Nueva Granada o también llamado la Gran Colombia, un personaje relevante se levanta sobre esa tierra para luchar contra la corona española su nombre, Simón Bolívar, quien además, junto con José de San Martín, impulsan la emancipación de las colonias españolas de la actual América del Sur.
Bolívar consideraba que “la emancipación de América Latina debe llegar por medio de la integración como defensa de la identidad naciente” (Solano, 2016). Es decir, se pensaba que, para evitar el dominio de otras naciones, América Latina debía integrarse como una sola, con rasgos y elementos en común como era el idioma, la cultura o la historia que tenían las nuevas naciones. Sin embargo, también para el siglo XIX nos encontramos con otro problema mucho mayor y que causaría la dependencia de la dominación ya no colonial, sino ahora neocolonial con un nuevo orden basado en lo económico, en ese capitalismo naciente cimentado en Estados Unidos, esta sería la inexperiencia política de quienes heredaron el poder una vez terminada la independencia y, la poca educación que se tenía en la mayoría de la sociedad mestiza.
Como ya hemos dicho anteriormente, la historia de América Latina es un tanto compleja y difícil de comprender cuando no se es latinoamericano. Para ello, es importante retornar a la historia para conocer la diversidad que tiene cada una de sus naciones, conocer aquello que las convierte en una región hermana con sus costumbres, idioma, tradiciones en común pero sobre todo, su historia, esa que nos habla de luchas por la emancipación así como por la búsqueda de esa tan afamada libertad donde no exista un dominio de nadie, pero que lamentablemente, como diría un buen amigo, los latinoamericanos tenemos ese chip del colonialismo tan impregnado en nuestra memoria que así pasaran cien años, los mismos que aun seguiríamos bajo el yugo del ahora neocolonialismo.
Este análisis continuará en un siguiente apartado, donde entraremos en materia ya de forma sobre como se comenzó a dar el proceso liberal y neoliberal, donde las economías capitalistas e imperialistas se sobre ponen a la tradición, comenzando así otra nueva etapa de dominio de los territorios de América Latina, la explotación de la riqueza natural y esclavitud de los pueblos, pero ahora desde la perspectiva del capital como elemento rector y cimentado por Estados Unidos.