El 25 de octubre del pasado 2024 Lola Nieto presentó en Libros traperos, en Murcia, su libro La isla desnuda (La Caja Books, 2024). Fue una suerte poder acompañarla.
En su libro Caracol (RIL editores, 2021), que encontré hace un tiempo en Libros traperos, escribe que “un acontecimiento nunca alberga una necesidad”. El acontecimiento que supuso su presentación en Murcia albergó, por lo menos, una necesidad, la de la escucha, la interesante escucha del pensamiento de Lola. Necesitamos escuchar voces como la suya, que cuenten, hablen, señalen y nombren la belleza, la compasión, el poder de las palabras y su vibración, su resonancia, el sonido, el silencio…
Viaja a Japón, observa, está atenta, escribe. Enriquece su ensayo con la memoria, el recuerdo, el pasado, el presente, la filosofía, la literatura, la poesía, el teatro, el cine… Lo destila y nos lo ofrece en La isla desnuda en forma de fragmentos, pedazos, esquirlas a veces. Fragmentos que son poesía, diarios, aforismos, narraciones incluso. Un libro de ensayo híbrido que le permite escribir y montar varias capas que constituyen una trama que vibra, una trama resonante. Este libro suena. Este libro canta y sigue una línea melódica sinuosa, serpenteante, no lineal.
“Solo conozco el camino si lo canto”, escribe Lola en la primera parte del libro, que titula “Los pájaros”. El sonido y su vibración como guías. El capítulo en el que lo escribe lo titula “Un corazón en la oscuridad”. La isla desnuda es un libro que contiene oscuridad, es de una profundidad abisal. La zona abisal del océano es la desconocida, la inabarcable, la más oscura, la que no recibe la luz. Lola en La isla desnuda consigue un equilibrio entre lo luminoso y lo oscuro. Lo oscuro aquí es una traducción del dolor y el sufrimiento, el de la autora, el de algunos de los seres que nombra en el libro. Seres del pasado, seres del presente, animales, espíritus.
En la primera parte del libro la autora escribe “me propongo escribir un diario sonoro de Japón”. Lo consigue.
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Un viaje a Japón y todo lo que desencadena vivir atenta, viendo y escuchando lo que sucede, lo que registra el ojo, lo que registra el oído. Y recordar e ir conociendo y pensando en el lugar que va pisando, su historia, su espiritualidad, su naturaleza, su filosofía, su literatura, su pensamiento. Lola mira de frente el presente y hace lo mismo con el pasado, trayendo en algunos fragmentos de la segunda parte del libro “La intrusa”, las atrocidades cometidas por Japón en la segunda guerra mundial, el colonialismo, el exterminio de pueblo originario ainu, la bomba atómica, las atrocidades cometidas contra las mujeres, contra los cuerpos de las mujeres. Hay fragmentos que me estremecieron, detuve la lectura para respirar profundamente y seguir: habla de las cincuenta mujeres surcoreanas convertidas en esclavas sexuales por el Ejército imperial durante la segunda guerra mundial – ya ancianas-, llamadas“mujeres de consuelo”– que se manifiestan cada miércoles frente a la embajada de Japón en Seúl para que sus cuerpos violados y torturados sigan señalando la vergüenza de un país que es incapaz de reconocer sus crímenes; el fragmento y la carta de las girls of Hiroshima –p. 209-, la historia de las 1000 grullas de origami de Sadako, niña herida con el veneno de la bomba Little boy- p. 206-
Lola nombra la ternura en varios momentos del libro, en varios fragmentos. En la primera parte del libro leemos:
“La ternura es difícil. Nos lanza a perder. La ternura da miedo. Abre un cuerpo que sufre para que en él nos reconozcamos en su daño. Escribo para perder y tocar la ternura”
La compasión, la espiritualidad, el sintoísmo. Todo lo que está, está vivo. Conmueve cuando nos hace pensar en cuántas vidas mueren para que nosotras las humanas, estemos vivas.
En el libro está la relación con la vida y la muerte muy presente. La anécdota de su tío cuando en el cementerio le muestra una lápida en la que Lola lee su propio nombre tal y como la llaman en aquel tiempo de la infancia, Lolita (p. 14), tiene una belleza extraña. Escribe: “Desde que aprendí a leer, leer mi nombre siempre ha sido leerme muerta” (p. 53, “La nieve en las cuerdas vocales”)
Tras leer La isla desnuda volví a leer los Diarios indios, de Chantal Maillard, que disfruté hace tiempo. Lola conoce muy bien la obra de Maillard. Y la cita en varios momentos del libro. Nunca escribimos solas.
En el capítulo que titula “Kioto” en la segunda parte del libro “La intrusa”, nos dice: “Chantal Maillard explica que para captar algo hace falta ser receptivo y para ser receptivo hace falta callarse. Estar silencioso. Esa modalidad de la recepción contiene el germen del poema”. Lola señala la importancia del silencio. “El silencio recuerda”, escribe en el capítulo final del libro, incluido en la tercera parte del mismo “La isla”, la más breve, tres páginas. “Sin la polaridad del silencio, todo el sistema del lenguaje fracasaría”, escribe Susan Sontag en su ensayo La estética del silencio. Que necesario nombrar y reclamar el silencio hoy, siempre.
Cita de nuevo a Chantal Maillard en el capítulo que titula “Se lo rogué a las ranas”, en la segunda parte del libro:
“Lo importante del texto: el espacio intermedio, los huecos, los márgenes, todo lo que no está dicho. No me refiero a lo que todo decir inevitablemente oculta, sino, sencillamente, a lo que no se cuenta. Esto no es inevitable, es aleatorio. Y eso es lo que lo hace interesante. Hay una narración paralela a toda narración. Es lo que no está escrito”
Recuerdo las palabras de Lydia Davis cuando dice que el fragmento es un texto que trabaja con el silencio, con la omisión, lo que se abrevia, y que de algún modo aparece, a modo de ausencia. Es otra forma de pensar la escritura. No lo que vamos a contar, sino lo que no contaremos, lo que quedará fuera de la página.
La extrañeza, el asombro, la posibilidad de conmoverse y el temblor. Todo eso está en este libro. El viaje como desplazamiento no solo del cuerpo sino, por supuesto, de la mirada, del oído, de todos los sentidos.
La isla desnuda contiene numerosos viajes porque son numerosos los desplazamientos que se dejan ver en el libro. Lola reflexiona, piensa y recuerda. Y oímos el sonido, la vibración de esas palabras que escribe.
Agradezco a Lola la belleza que nos ofrece incluso al contar lo terrible, lo atroz, lo que nos atraviesa como un cuchillo al leerlo. Le agradezco que nos invite, desde el comienzo del libro, a imaginar el sonido de esos pájaros que su tío abuelo oía, que anidaban en su oído, que solo él escuchaba, y que en Japón ella quiso encontrar.