En las pelis forasteras siempre me llamaba la atención cuando el protagonista concertaba una cita para cenar y decía aquello de «te recojo a las seis». O las siete a lo más. Claro, si quedaban para cenar a esas horas era evidente que el horario laboral –comercios, oficinas, etcétera-, no podía ser igual al nuestro y la gente dejaría de trabajar mucho antes que lo hacemos aquí en España.
Cuando empecé a viajar por Europa mis sospechas se corroboraron. El comercio viene a abrir más o menos a la misma hora que en España pero o bien no cierra a mediodía o si lo hace es solo por un breve espacio de tiempo, para terminar la jornada a las 6 o las 7 de la tarde, las grandes superficies un par de horas más tarde y las cocinas de los restaurantes a las 9:30 o las 10 de la noche van apagando los fogones.
A raíz de eso pensé, claro es que por otras latitudes hace frío y esos horarios caben dentro de la más pura lógica. O lo que es lo mismo, en sitios tan calurosos como España era de suponer que nadie va a salir en verano a las 4 de la tarde a comprar o se va a poner a cenar a las 8.
Pero me pasó en Italia, –lo de Grecia también resulta singular-, donde las temperaturas son tanto o más altas que en España, hasta caer en la cuenta que, desde siempre, después de almorzar y en un santiamén íbamos a la vecina Portugal a comprar las sábanas, las toallas y el café de rigor porque allí sí que estaba el comercio abierto «con toda la fuerza de la calor» y nos daba tiempo para volver a casa y llegar al trabajo.
Vamos que tanto Portugal como los países de la ribera mediterránea, salvo España, hacen parecido horario que los de allende de los Pirineos.
Que no son el calor o el frio los que predisponen del todo un horario comercial u otro sino las ganas de conciliar con la pareja, con los hijos o tener tiempo para realizar alguna actividad que, en definitiva, favorezca una mejor calidad de vida.
No voy a cometer la estupidez de meter en el mismo saco, para desviar la atención del asunto como siempre pretenden algunos, las zonas de gran afluencia turística y grandes urbes cosmopolitas, pero lo que si aprendí hace mucho, mucho tiempo, es que si en toda Europa el horario laboral es similar y el único que destaca de manera diferente es el nuestro, por mucho que les pese a patriotas y patrioteros, lo normal será creer que los que estamos confundido somos nosotros y no el resto.
Así que poner de vuelta y media a la ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, por haber puesto otra vez encima de la mesa el tema, tal como le ocurriera a Fátima Báñez ministra del ramo con el gobierno Rajoy por decir lo mismo, viene todavía a poner más en evidencia un alto grado de ceguera y que algo no se está haciendo bien en este país.
El runrún de los hosteleros
Y lo que resulta a las claras es ese «modelo laboral intensivo de salarios bajos», que tantas veces hemos señalado como arquetipo del empleo en España. Y que, por cierto, nadie ha definido mejor que el presidente de la Confederación de Hostelería cuando el pasado año dijo aquello de ¡Las horas! ¡Que hacen diez horas, joder! ¡Qué dolor, si toda la vida hemos hecho en hostelería media jornada, de 12 a12!
Más tarde tuvo que decir que ironizaba sobre el asunto –algo tendría que decir ante tamaña metedura de pata-, pero aquello debió de salirle tan del alma porque, en realidad, esa y no otra es la realidad del sector en muchísimos casos.
Fueron también empresarios hosteleros de Almería los que pusieron el dedo en la llaga tras la pandemia, cuando los responsables de su asociación ponían énfasis en la falta de camareros y su «falta de ganas», cara a la temporada turística que se avecinaba.
Algunos empresarios almerienses respondieron a sus propios representantes que el problema no radicaba en la falta de mano de obra, sino que los aspirantes a camareros y camareras se habían cansado de hacer largas jornadas maratonianas, precarizadas, mal remuneradas, cuando no al margen de lo reglamentariamente establecido.
Dice un buen amigo mío, a su vez también de algún que otro inspector de trabajo, que si de lo que se trata es de levantar actas solo precisan estos darse una vuelta cualquier viernes o sábado noche por los bares de copas para ver como caen empresarios hosteleros a porrillo ante la innumerable cantidad de personal trabajando de manera fraudulenta en sus establecimientos.
Lo curioso del caso, es que este buen amigo trabaja a su vez en una asesoría laboral desde hace años y desde otros tantos viene advirtiendo a sus clientes del ramo de cuanto riesgo asumen por tales prácticas y que no hay manera de evitar la sanción cuando la misma se ha producido de manera flagrante; cuando solo por unos pocos euros pueden tener dado de alta debidamente a esos trabajadores unas cuantas horas.
El paradigma
Lo que en tiempos era un lamentable referente de la profesión hostelera hoy se ha convertido en un mismo paradigma para establecimientos de todo tipo.
Recuerdo aquella época que en los grandes almacenes los empleados se daban de bofetadas para trabajar los festivos porque dichas jornadas se remuneraban graciosamente.
Unas jornadas que hoy nadie quiere porque, además de que cada vez se abren más festivos, las mismas por lo general no son retribuidas económicamente, sino que son sustituidas por días de descanso entre semana de poca o nula utilidad para los trabajadores.
Eso cuando no, en muchos establecimientos, ni se perciben retribuciones extras por nocturnidad, festividad, horas extraordinarias, etcétera, etcétera. Aún por mucho que las autoridades intenten imponer cualquier sistema de registro horario en los mismos.
Lo que provoca, cada vez de manera más sensible, una picaresca y desconfianza recíproca entre empresarios y trabajadores consecuencia de un maltrecho modelo laboral que, en el caso español, se remonta a la profundidad de los tiempos.
Luego no se trata de una cuestión de costes sino de mera cultura empresarial. Otro problema de los llamados estructurales, históricos en este país, que se traduce incluso en que España tenga poco más de la mitad de inspectores laborales por trabajador entre los países más desarrollados, al margen las recomendaciones de la propia OIT.
Por todo ello el objetivo de subir el SMI, el único salario que puede fijar el gobierno, hasta un 58 % en lo que va de periodo 2018/2024, no ha sido solo por alcanzar la propuesta europea para un mínimo salario digno, sino para empujar también a los convenios sectoriales a que se eleven dichas retribuciones.
Si no, evidentemente, en la misma proporción pero sí de una manera sensible que favorezca unas mejores condiciones laborales para los trabajadores.
Sobre todo y como quiera que es la capacidad de ahorro y gasto de los mismos el parámetro más definitorio para la calidad de vida de un país. Un axioma de pésima trayectoria en España que trae consigo mayores desequilibrios.
Los horarios
El gobierno del general Franco cambió el huso horario en 1940 por empatía con la Alemania de Hitler. Pero antes de eso España siempre ha tenido un recorrido dispar en eso de «marcar las horas».
Así hasta el 1 de enero de 1901 en España la hora se regía por el meridiano local, lo que significaba que había provincias con horarios distintos llegando a ver diferencias de casi 60 minutos de un extremo a otro del país.
Tampoco la cosa era muy de tener en cuenta porque por aquel entonces la gente apenas si salía de su ciudad o de su provincia aunque cuando tenía que hacerlo sí que representaba un problema.
Por fortuna, ese 1 de enero se decidió adoptar como hora oficial la del meridiano de Greenwich (GMT), incluso en las islas Canarias hasta que estas últimas retrasaron el reloj una hora en 1922.
Por otra parte, en 1905 fue a un constructor inglés de nombre William Willett al que se le ocurrió la idea –a modo de anécdota se dice que más allá de cuestiones técnicas para disponer de más tiempo para jugar al golf-, de adelantar o retrasar la hora según fuera invierno o verano, lo que acabó haciéndose oficial en toda Europa el 15 de abril de 1918.
Pero a pesar de eso no se respetó siempre del todo el convenio y así entre 1920 y 1923, en 1925 y entre 1930 y 1936 no se cambió la hora en España. Lo que hizo que con la llegada de la Guerra Civil cada bando tuviera una hora diferente, aunque fuera para llevarse también la contraria.
Hasta que el 15 de marzo de 1940, por aquello de simpatizar con la Alemania nazi, el régimen franquista decidió adoptar el horario GMT+1 que es el que rige actualmente de manera contra natura y es el causante del desfase en los horarios laborales, almuerzos y cenas de este país, además de resultar todavía menos improductivos los cambios estacionales de hora.
O lo que es lo mismo, las consecuencias de no asumir que por su ubicación geográfica a España le corresponde tener el horario de Portugal o el Reino Unido y no el del eje franco alemán como ahora.
La respuesta
Cuándo y cómo ponerle el cascabel al gato, como a tantas otras cosas en este país, es algo que realmente sorprende por no tacharlo casi de delirante. Entre otras porque no es solo una cuestión de que el gobierno de la nación se ponga manos a la obra con ello sino por una mera cuestión de racionalidad y voluntad de mejora de las condiciones de vida de todos los ciudadanos y ciudadanas independientemente de su clase y condición.
Y por una mera cuestión de conciliación familiar. Quién no se ha planteado alguna vez que por culpa de su horario laboral apenas si puede compartir con sus hijos algunos minutos cada día, cuando no solo verlos en la cama, y solo puede disfrutar de los mismos los fines de semana.
Como hemos visto tanto desde la óptica conservadora en el caso de Fátima Báñez como de una progresista como Yolanda Díaz no se trata de un desvarío, ni siquiera de un imposible, sino de asumir con naturalidad un modelo habitual en todo el continente desde tiempos pretéritos en aras de la convivencia.
Cambiar el huso horario y la jornada laboral es algo que compete a las necesidades de la ciudadanía, resulta del todo factible y no puede pasar por una cuestión de costumbre por cuanto no lo fue siempre y es el resultado de frustraciones pasadas.