¿Suicida? ¿Inevitable? ¿La última oportunidad? ¿Se ha rendido? Cualquiera de estas preguntas podría ser válida tras el adelanto del presidente Sánchez de las elecciones generales previstas para finales de año al próximo 23 de julio.
Pedro Sánchez Pérez-Castejón es un auténtico superviviente que alcanzó la presidencia del gobierno tras una vorágine de turbulentos sucesos en el seno del partido socialista y repetidos comicios y que ha demostrado una capacidad de adaptación fuera de toda duda hasta rozar el más puro narcisismo.
Pero sea por esa misma capacidad de adaptación a los acontecimientos o el empuje más a la izquierda de sus socios de coalición, lo cierto es que el suyo ha sido el gobierno más progresista de cuantos se han dado en España las últimas décadas y el que ha emprendido reformas, sobre todo en el mercado laboral, el gran déficit de la sociedad española, que se hubieran considerado inimaginables hasta el mismo inicio de la presente legislatura.
El que, a pesar de esto, haya caído prácticamente vapuleado –no tanto en votos como en concejales y parlamentarios-, en las elecciones municipales y autonómicas del pasado domingo y haya precipitado la disolución de las Cortes y el adelanto de unas nuevas generales es lo que vamos a tratar de analizar ahora ante la inminencia de un proceso electoral del que este país no parece haber salido nunca.
La legislatura y el contexto
Nadie puede poner en duda que el gobierno de Pedro Sánchez ha tenido que enfrentarse a la peor crisis económica y social que ha afectado a todo el planeta desde la II Guerra Mundial, como ha sido una pandemia que deja un rastro de más de 700 millones de contagiados, 7 millones de muertos y unas derivadas en todos los ámbitos todavía pendientes de resolver.
En el caso de España cuando todavía no se habían cumplido los 100 primeros días de la constitución del primer gobierno de coalición de nuestra historia reciente y con la oposición más cainita que ha conocido la misma que, desde el primer minuto de la legislatura, ha puesto en duda la legalidad del mismo y que ni siquiera en los momentos más dramáticos de la pandemia ha mostrado la más mínima empatía con este.
Estos poco más de 3 años y medio de legislatura se han caracterizado, en lo general, por un contexto internacional además de trágico en vidas humanas, paupérrimo en lo económico fruto de todas las derivadas de la pandemia tras un cese prácticamente total de la actividad comercial e industrial durante varios meses.
Una difícil reactivación posterior en medio de la sucesivas oleadas desatadas por el Covid durante más de un año y que han traído consigo numerosos cuellos de botella debido a la excesiva focalización de los medios de producción en extremo oriente y unos desatados mercados financieros altamente especulativos en sectores tan vitales como la energía, las cadenas de distribución e incluso la alimentación en busca de ingentes beneficios a corto; provocando para ello una crisis inflacionaria sin precedentes en las últimas décadas que está afectando a todo occidente.
Para colmo de males con una nueva guerra en suelo europeo con las perversas repercusiones que ello conlleva en todo el continente.
En el caso de nuestro país con una híper dependencia de un sector tan volátil como el turismo y por lo general una estructura empresarial condicionada por la escasa presencia de pequeñas y medianas empresas y su reconocido modelo laboral intensivo de salarios bajos, conlleva en toda lógica una recuperación, como ha ocurrido siempre, más lenta que en otros países con economías más equilibradas.
Entre las principales fallas del gobierno, además de la prepotencia habitual de los mismos, muy por encima de todas «el ruido». El ensordecedor ruido entre los miembros de la coalición, por una parte a la hora de atribuirse los respectivos méritos de cada uno de sus integrantes y de otra las desavenencias lógicas entre socios pero encarándolas gratuita y constantemente ante la opinión pública provocando el desconcierto de la misma.
Además de las acostumbradas concesiones a los partidos nacionalistas, cada vez que su aportación ha sido necesaria para la gobernabilidad del país pero que en esta ocasión han resultado todavía más contumaces aprovechando la debilidad parlamentaria del gobierno.
En medio de tanta vorágine, el caso de Yolanda Díaz, titular de la cartera de trabajo, ha resultado paradigmático a lo largo de toda la legislatura, otorgándole el reconocimiento de ser la ministra mejor valorada del ejecutivo de manera reiterada. Precisamente por mantenerse al margen de la bronca con unos y otros, una oratoria parlamentaria sin necesidad de airadas subidas de tono, a la vez que ha ido poniendo en marcha sucesivas medidas y reformas sin precedentes en favor de una clase trabajadora históricamente maltratada por tan infame modelo laboral.
Comienza el ciclo electoral
El desenlace de las recientes elecciones municipales y autonómicas resulta inequívoco y pone en evidencia la escasa fiabilidad de las encuestas, por cuanto ni en el mejor de los escenarios posibles podrían haber imaginado PP y Vox tan excelente resultado.
Resulta evidente que las políticas y medidas desplegadas por el gobierno en materia económica, laboral, fiscal, social, de pensiones, sanitarias, medioambientales o tomadas durante la pandemia en cualquier sentido, no han tenido verdadero eco en el electorado de toda condición como dijeron en su día las encuestas y tampoco han conseguido movilizar lo suficiente a sus hipotéticos votantes.
Ni siquiera los positivos datos la economía española, avalados por el BCE, la propia Comisión Europea e incluso un tradicionalmente escéptico Banco de España, lejos de ese escenario apocalíptico que los conservadores vienen pronosticando desde el inicio de la legislatura, ha conseguido persuadir a su electorado.
Se diría, por contra, que la estrategia de cuestionar continuamente los datos facilitados al respecto por todas las instituciones españolas y extranjeras más reconocidas ha resultado para la oposición altamente exitosa.
En definitiva, un éxito abrumador, sin paliativos, de la derecha española.
¡Que te vote Txapote!
En lo que se refiere estrictamente a la última campaña electoral, esta ha estado marcada fundamentalmente por dos cuestiones: la más sorprendente, la advertencia del PP, al más puro estilo «trumpista», de un pucherazo electoral en ciernes del PSOE -aprovechando unos contadísimos casos aparecidos de compra de votos en el conjunto del marco electoral español y que también han acabado salpicando a los populares-, que el propio resultado de las urnas ha desmentido rotundamente pero que, a buen seguro, habrá persuadido a muchos votantes y desincentivado a otros.
Como la vuelta al comodín de la ETA, también por parte del Partido Popular, tras haber presentado EH Bildu en sus listas a antiguos miembros de la banda terrorista. Algo absolutamente indecoroso pero que lo es tanto como acusar al gobierno de la nación de ello porque haya recabado el apoyo de la coalición abertzale en algunos momentos durante la legislatura.
Porque no es menos cierto que es el propio Partido Popular quien también alcanza acuerdos con la coalición abertzale cuando así lo necesita en el País Vasco y algunos de sus más destacados dirigentes otrora lo han refrendado como lo ha hecho también ahora, durante la presente campaña, nada menos que su candidato a la Diputación General de Guipúzcoa sin que ello haya tenido repercusión alguna a pesar de desmarcarse por completo de la postura oficial de su partido.
La realidad es que tal modus operandi no es un caso aislado de España. Es tal el dominio de los recursos y la capacidad mediática conservadora, tanto entre los grandes medios de comunicación como en las redes sociales, que está resultando avasalladora en un contexto cómo el actual en todo occidente; en un episodio más de esa eterna batalla cultural entre dos modelos de capitalismo antagónicos que venimos refiriendo desde que volvió a abrirse el melón de las elecciones.
Una batalla en la que por el momento parece imponerse la corriente neoliberal dominante de las últimas décadas sobre el modelo keynesiano anterior, por mucho que este acometiera el desarrollo del estado del bienestar y de los servicios públicos hasta convertirlos en su principal paradigma.
Lo que en el embarrado argot conservador se define ahora de manera tan frívola como «comunismo», «chavismo bolivariano» y demás calificativos tanto se trate del gobierno de España, del de Joe Biden en EE.UU. o incluso de algunas propuestas de la mismísima presidenta de la Comisión Europea, la popular caída en desgracia en su propio grupo parlamentario, Ursula von der Leyen.
Sin olvidar también que, en lo que nos toca, PP y Vox han cosechado semejante éxito gracias al absorber, tal como atestiguan los datos electorales, todo el voto de Ciudadanos, que ha quedado al borde de la completa desaparición del mapa electoral.
La ola reaccionaria
La tozuda realidad no es otra que una ola reaccionaria viene recorriendo y alcanzando cada vez mayores cuotas de poder en Europa desde, prácticamente, la crisis de 2008, la gestión nefasta de la misma y la pandemia, aunque en este último caso las autoridades comunitarias hayan intentado gestionar la crisis derivada de esta de manera claramente opuesta a la citada de 2008.
Es difícil y es un asunto en el que se debate intensamente descifrar el porqué de esta reacción del electorado entre círculos de sociólogos y politólogos, sobre todo ahora que la Comisión Europea o gobiernos como los de España o Portugal han redoblado sus esfuerzos, en terribles condiciones además, para afrontar de la mejor manera posible la salida de la actual crisis priorizando a las clases medias y trabajadoras; muy por el contrario a como se gestionó la crisis anterior ya que fueron estas quienes soportaron todas las cargas mientras servía de acicate a las clases más pudientes.
Aunque es extraordinariamente complejo obtener una respuesta concisa para un fenómeno aparentemente tan fuera de toda lógica, quizá no lo sea tanto cuando a pesar de tanto esfuerzo esas mismas clases medias y trabajadoras siguen siendo las grandes damnificadas de la crisis energética y la crisis inflacionaria, sin que las autoridades sean capaces de poner coto a sus artífices.
Que no son otros que unas acuñadas élites extractivas que se benefician de unas leyes y normas a propuesta de los gurús del nuevo liberalismo económico que resultan insensibles con el resto de la ciudadanía pero, precisamente, fruto del mismo modelo económico de carácter neoliberal por el que el cuerpo electoral europeo se viene decantando en los últimos años en todo el continente tal como ha ocurrido el pasado domingo en España.
Del mismo modo, hemos referido desde esta misma tribuna y en diversas ocasiones la decepción del electorado con los tradicionales partidos socialdemócratas europeos, cuando estos a finales del pasado SXX acabaron decantándose por una nueva forma de socio-liberalismo que, en la práctica, dejaba de lado todo ese manual en aras del bien colectivo que alumbró tras la IIGM el estado del bienestar.
Y bien es cierto también que los no menos habituales partidos liberales que habían derivado a la versión más integrista del liberalismo tras las crisis petroleras de los 70, en la actualidad se han visto sacudidos por la irrupción, aún más a su derecha, de una serie de movimientos de carácter ultra nacionalista y en extremo conservadores que están aglutinando el descontento de parte de esa clase media damnificada por las sucesivas crisis de los últimos años.
Con el añadido que de manera claramente errónea son esos mismos partidos liberales los que están aproximándose cada vez más a los postulados extremos de todos esos movimientos en aras de recuperar esa parte del electorado que han perdido a costa de los mismos.
Lo que, en consecuencia, viene a reproducir todavía más tal deriva reaccionaria.
23 de julio
La tarea para el gobierno de la nación se antojaba prácticamente imposible en los próximos meses ante el espectacular varapalo de unas municipales y autonómicas tomadas en forma de plebiscito acerca de eso que no se sabe exactamente qué es pero la oposición conservadora y su imponente cuerpo mediático denominan «sanchismo».
Y por eso, en una decisión que puede calificarse de muchas cosas pero que en todo caso resulta más arriesgada que sorprendente, el todavía presidente Sánchez ha resuelto disolver el parlamento y convocar elecciones generales en el menor plazo posible, el próximo 23 de julio, aun tratándose de un habitual periodo vacacional.
Valga como anécdota que también se le acusa ya de elegir semejante fecha para perjudicar sensiblemente a sus rivales dada la época del año en que tendrá lugar el desenlace; pero desde el punto de vista de las consecuencias de una recientísima derrota tan evidente entra dentro de la más pura lógica que se pretenda frenar bruscamente la euforia de los vencedores, desviar la atención del suceso y, si de paso, la nueva campaña electoral va a coincidir en lo que se prevé un duro proceso de negociación entre PP y Vox por la gobernabilidad de ayuntamientos y CC.AA., mejor que mejor.
Pero el gran reto tanto de Pedro Sánchez, su partido y todo lo queda a la izquierda del PSOE que de manera inexcusable deberá ir unida a este nuevo envite electoral, es movilizar a esa parte del electorado que aun declarándose en el mismo espacio ideológico no lo refrenda en las urnas.
PSOE y el “Movimiento Sumar”, que ha sido el nombre elegido de la nueva plataforma comandada por Yolanda Díaz, deberán redoblar sus esfuerzos más allá de la presentación de sus logros y proyectos. «Mover las tripas» de sus posibles electores del mismo modo que lo han hecho sus opositores sin prácticamente presentar programa alguno por su parte salvo la garantía de derogar todo cuanto suene o recuerde al actual gobierno de coalición.
La campaña que no cesa
Después de la estruendosa «Alerta antifascista» que, como era de prever en estos tiempos que corren, acabó en un absoluto fracaso provocando un efecto/reacción en contra de lo pretendido, la presumible alianza de izquierdas deberá utilizar argumentos menos incendiarios y más ilusionantes e instructivos si quiere captar la atención del electorado.
Tarea ardua y difícil, para intentar movilizar a una clase media que en esa parte del espectro político se encuentra desmotivada y peor aún una clase trabajadora que hace años perdió la confianza en la política.
Se hace necesario hablar de la sanidad, la educación, el empleo, los salarios, la vivienda, cómo apoyar al comercio y el fortalecimiento de las pequeñas y medianas empresas y entre otras muchas cosas que nos afectan directamente, cómo afrontar también las consecuencias del cambio climático, el mayor reto que va a tener que afrontar la humanidad de manera inminente.
Que la historia y la hemeroteca nos enseñan que en su mayor parte no se trata de nada que no se haya hecho ya, antes de que buena parte de la sociedad quedara abducida por los delirios del neoliberalismo.
De lo que se trata es de recuperar el espíritu que motivó al pueblo y sus representantes para constituir un mundo mejor para todos después del descalabro de la IIGM; adaptándolo a los tiempos pero dejando de lado un modus vivendi que se consolidó con la llegada del milenio y en el que un consumismo desatado y una obsesión por la acumulación de riqueza sin límites están llevando a la humanidad al borde del colapso.
Demostrar con el aval de los hechos y los datos que esa ola reaccionaria que citábamos antes y azota el continente europeo está significando un retroceso en toda clase de derechos laborales y sociales, cuando no de libertades como es también en el caso de algunas republicas del este europeo.
Francia es un clamor, día sí y otro también, por los recortes en las pensiones y por la merma en la calidad de los servicios públicos. En Italia, su primera ministra, la ultra conservadora Giorgia Meloni, ha aprovechado el pasado 1 de mayo, día de la fiesta del trabajo, para aprobar una reforma laboral por decreto «a la inversa», es decir recortando los derechos de los trabajadores. Y así sucesivamente.
En una vuelta de tuerca más a un modelo económico que puso en evidencia la crisis de 2008, la catastrófica gestión de la misma traducida en un desaforado aumento de los desequilibrios, el deterioro de los servicios públicos que sacó a la luz la pandemia o el negacionismo climático entre otros muchos desatinos que nos conducen inexorablemente a un futuro distópico.
Y eso hay que contarlo, sin necesidad de excesos ni aspavientos, porque en esta ocasión no se trata de una advertencia sino de una realidad que está sacudiendo el corazón de occidente. El mismo que se consideró un día, no muy lejano, un modelo de libertad, democracia, progreso y bienestar para todos.
El fenómeno Yolanda Díaz
Por otra parte, la gran esperanza de la izquierda, la actual ministra de trabajo Yolanda Díaz, a pesar del evidente varapalo que ha sufrido su gestión el pasado domingo en las urnas, deberá sobreponerse a ello, unificar en una sola candidatura -sin más ruido del estrictamente necesario-, a toda la izquierda a la izquierda del PSOE y, lo más difícil, cautivar a ese potencial electorado que ha preferido quedarse en casa ahora.
El tiempo apremia para su «Movimiento Sumar», que deberá en primer lugar arreglar sin dilación alguna un entendimiento con Podemos y conformar inmediatamente después una lista electoral para cada provincia en un tiempo record.
Y es aquí donde deberá verse, en segundo lugar, un acto de generosidad en todas las partes implicadas en tan hercúleo reto. Esa parte del electorado está cansado ya de tanta desunión en la izquierda y de absurdas luchas intestinas que acaban restando siempre y en definitiva perjudicando al mismo.
Sería un excelente primer paso para empezar generar nuevamente ilusión entre tantas y tantas personas que se han sentido defraudadas tantas y tantas veces ante tanto descrédito.
Mientras, EH Bildu y Esquerra Republicana tendrán que decidir al respecto con sus decisiones, propuestas y verborrea si prefieren un nuevo gobierno conservador en Madrid, acérrimo defensor de la ortodoxia liberal y del nacionalismo patrio, o aparcar algunas de sus controvertidas aspiraciones políticas.
Solo así tendrá opciones para recuperar el gobierno el terreno perdido y seguir poniendo en marcha medidas de carácter progresista que nunca llegaron a desplegarse en España, condenada en el interminable bucle temporal del ¡Vivan las cadenas!