Nunca se puede tener la plena certeza de que los proyectos en mente se van a materializar. El director, en una etapa con menos trabajo y fuera de España, se dedicó a releer El Quijote y a estudiar a fondo todo lo relacionado con Miguel de Cervantes y este afamado libro universal, obra mayor de indiscutible valor literario e histórico. El episodio con el personaje de Ricote –herida menos cerrada del libro según el director–, morisco expulsado de España como muchos otros cientos de miles, constituyó el aldabonazo necesario en un contexto de plena actualidad en el que hierven sucesos similares racistas, discriminatorios, de odio y políticos en distintos países. La idea estaba, el guion, los exteriores, libros y ensayos, casi todo. Comenzó a rodar la huella y numerosas referencias de Cervantes y Don Quijote en Madrid en forma de murales, estatuas, portales, pero al momento se cruzó en su vida –y en la de todo el mundo– la paralización global por la pandemia en marzo de 2020, que se cernía fantasmagóricamente y de forma ineludible sobre nuestras vidas. Aún tres años después, los ecos de la incertidumbre, el sentimiento universal de no saber el final o a qué precio íbamos a pagar esta situación a la que se nos obligó, me resuenan fuertemente.
Llegó la imperiosa y apresurada decisión de, o paralizar el proyecto o mejor adaptarlo a las nuevas y restrictivas circunstancias, haciéndolo más íntimo, más autobiográfico e introspectivo. Y quizá esa sensación de anquilosamiento creativo que oscurecía a Guillermo G. Peydró le desató la idea de acercarse al Cervantes que había estudiado tanto, aquél que se reveló como un escritor conocedor a fondo de los confinamientos debido a los cinco años retenido en Argel y sus tres estancias en la cárcel. Con esa gestación literaria desde la absoluta falta de libertad, de espacio y en precarias condiciones, pronto su inquieta y cultivada mente buscaría salida y fuga mental con sus escritos entre episodios de necesidad de escapar físicamente de sus captores en varias ocasiones.
Así que una mirada actual desde la atalaya de la “cautiva” casa de Peydró en Madrid durante la cuarentena –donde oteaba la calle como un halcón al que alude el inicio de la película con las palabras del historiador Américo Castro: “Si los halcones en cautividad pudieran expresarse, su forma literaria sería la novela cervantina”, 1947– avivó su creatividad acudiendo a lo poco grabado, a la memoria de los objetos de casa, a los numerosos libros mundiales alrededor del Quijote. A su familia, a sus archivos, a las noticias sobre la pandemia, al contexto político suscitado de manipulación, mentira y posverdad generado entre el caos y la desinformación para dar la vuelta a lo planificado y que la parte de ficción que tenía pensado sobre un Don Quijote mudo que despierta en la actualidad encontrándose con su influencia mundial a muchos niveles, se postergara para otra ocasión, convirtiéndose ésta en unos “apuntes”. Pero de qué manera.
Este documental recibió el Premio a la Mejor Dirección de largometraje en el pasado Festival ALCANCES, Cádiz y el del Público en el Certamen de Cinema de viatges del Ocejón en el Montgó.
Apuntes con un desarrollo tal que se convierten en un excelente ensayo por el que circula el peso e interés despertado por la figura del Quijote en ámbitos literarios, políticos, cinematográficos y artísticos en general del mundo, pero sobre todo la polisemia política de un personaje al que se han atribuido unos y otros, con ideas contrapuestas, su símbolo a lo largo de la historia, especialmente en la época contemporánea. Peydró enfoca su mirada de forma diacrónica, le interesan los cambios temporales en torno al libro; inicia un recorrido desde el mismo momento en que se pare “El ingenioso Don Quijote de la Mancha” en 1605, refleja cómo surge después “El Quijote apócrifo de Avellaneda” –denostado y ridiculizado por Nabokov en su final alternativo– que provocaría la escritura de la segunda parte realmente por Cervantes y se centra en el s. XX, donde el libro atraviesa su abismo de forma poliédrica según la intención de sus “adoradores”.
Desgrana varios libros con su germen en D. Quijote y hasta una revista republicana en el exilio francés con D. Quijote como protagonista y director. Podemos ver sus manos abriéndolos, subrayados, glosados, estudiados con detenimiento. Desfilan Unamuno, Lunacharsky, Alberti, León Felipe, entre otros; hasta Shakespeare escribió una novela con origen en un personaje salido del Quijote, Cardeño, que se perdió. Un “spin-off” en toda regla si habláramos en términos actuales. Pero desearía detenerme en Ortega y Gasset (“Meditaciones del Quijote”) el cual observa en su figura encorvada a España y al que nombra “guardián del secreto español”. Escuchamos con la constante y agradable voz en off del director leer las palabras del filósofo: “En un grande, doloroso incendio habríamos de quemar la inerte apariencia tradicional, la España que ha sido, y luego, entre las cenizas bien cribadas, hallaremos como una gema iridiscente, la España que no pudo ser”. Cenizas que veremos también en varias películas acerca del libro y la quema literaria amparada por la represión y el totalitarismo. Un “bibliocausto” en el que Miguel de Cervantes anticipó muchos de los desastres que vendrían cuatrocientos años después, en forma de Quijote prometeico y lúcido, escondido como un farseto bajo la armadura de “locura” y tratado como un bausán. Tal como visionó, aunque de broma, también la dimensión universal que alcanzaría su libro y el castellano llegando a China a través de un emisario, creándose numerosos Institutos de Cervantes repartidos por el mundo.
«El retablo de las maravillas. Apuntes para una película sobre el Qujote» ha sido presentado recientemente en el Círculo de Bellas Artes de Madrid con gran acogida.
Un ensayo escrito y montado en la soledad y la quietud de la madrugada al tener que trabajar durante el día en el Ministerio de Cultura y por la tarde impartiendo cursos de cine, con una “nocturnidad” parecida a la que tendría Miguel de Cervantes bajo la luz solitaria y silenciosa de sus velas cuando escribía de noche en su celda. A Peydró le interesa cómo se puede escribir desde un confinamiento por parte del escritor y por él mismo con esa alteración espacio-temporal producida por el aislamiento social y estado de ansiedad constantes, deviniendo un mirador para reflexionar; así que establece con acierto un diario de cuarentena que escribe cada día y que vemos en imágenes como un lienzo en blanco que dialoga a través de una pluma con una caligrafía antigua mezclada con letra actual, en una fusión cervantina y del s. XXI muy sugerente. Un cuaderno de bitácora muy acorde a ese Bergantín-goleta llamado «Cervantes Saavedra» que se dedica a programas educativos y académicos.
Aplaude la capacidad de Cervantes para escribir con estrategias y eludir su persecución narrando con códigos secretos, erigiéndose como el termómetro de su tiempo –tal como pintaría Francisco de Goya en otro siglo–, de la hipocresía de una sociedad en la que la delación, la discriminación promulgada por la monarquía, la miseria, la falsa apariencia, eran la moneda de cambio habitual. Su obra, no sólo El Quijote, sino los entremeses –uno de ellos da título a la película– o La Galatea, revelaban su inquietud por el presente, se manifestaron como espejos literarios esperpénticos, reflejando la España de la injusticia, de la limpieza de sangre, de la expulsión de moriscos y persecución de judíos conversos –se cree que muy probablemente él lo sería, lo que le lastró en su convivencia con su entorno– y también trata, aunque de forma oblicua la pandemia que él mismo sufrió y esquivó en varias ocasiones entre Sevilla y Madrid (peste atlántica) y que se llevó millones de muertes. Quizá el impacto y el dolor por lo ocurrido fuera tan grande que evitó hablar de ella directamente, pero sí se puede intuir en esas andanzas de Don Quijote y Sancho Panza evitando las grandes ciudades o en el capítulo de “El carro de las Cortes de la muerte”, cuadro de André Masson que también aparece en la película.
Y como esto es cine, Guillermo G. Peydró ensalza con pericia toda la información con formas visuales muy diversas. Maneja perfectamente cómo ha de presentarlo utilizando los recursos domésticos lumínicos interiores de que dispone producidos por el encierro, sacándoles el mejor partido. Juegos de sombras producidos por la luz que se cuela a distintas horas por las ventanas sobre los libros desparramados por la mesa, marcos que dan impresión de encierro, de estatismo, que tapan los naipes cervantinos o el bebé que se entretiene con ellos. Reflejo de que éste es un trabajo nada oscuro, sino optimista dentro de la adversidad y en la que un hijo puede formar parte de la investigación con su naturalidad, siendo fundamental para sobrevivir a esta etapa.
También las sombras alargadas de las personas que se evitan andando rápido con recelo mientras vuelven del trabajo al atardecer para meterse en su guarida, son susceptibles de rodar. Un Don Quijote y Sancho Panza en la Plaza de España cubiertos por plásticos con motivo de reforma que sugieren lo oculto en esta etapa oscura y un Madrid privado de humanidad, muerto. Detenerse en el reflejo de la comida en la hoja de un gran cuchillo al cortar, las vibraciones del papel de horno mientras se hace un pan para elaborar un plato cervantino. Momentos de observación, del detenimiento que provoca fijarse en pequeños detalles que se hacen grandes cuando no puedes salir de casa.
También en esas imágenes que se apoderan del metraje tirando de la memoria familiar, de archivos del pasado que se aceleran y se hacen imprescindibles para no caer en la enajenación de D. Quijote que observamos desde la ventana en una anciana que se enfrenta a la policía con su rebeldía en la parada de autobús. Sumado a perturbadoras imágenes en negativo del centro de Madrid, con apariencia espectral, abstracta, sonámbula y deshabitada.
Proyecciones de películas sobre el libro de D. Quijote abierto en el atril en su capítulo “Los piratas de la Rochela” como una republicana, otra franquista, de Pabst, Kózintsev o Truffaut que otorgan una dimensión y fusión de la literatura-cine fundamentales y complementarias.
Y a destacar especialmente el interludio titulado “Clavileño”, a poco más de la mitad del metraje que funciona visualmente a modo de evasión, de hipnosis, después de mucha información; como si fuera un entremés experimental adaptado a estos tiempos que me recordó a ese cine táctil de José Val del Omar con esas proyecciones sobre un caballo de madera que cambia de luz y color dando aspecto de relieve; o los juegos de luces y sombras intermitentes cuando se proyecta sobre él trabajos de vídeo-arte realizados con anterioridad por Peydró. Un deleite sugestivo, sensorial, necesario entre este profundo estudio, intercalado con imágenes aéreas rodadas en avión por el director en el pasado sobre pueblos manchegos y nubes asemejando el imaginario que hicieron Quijote y Sancho a lomos de ese caballo de madera.
En definitiva, un gran trabajo que me reconcilia con el libro más trascendental e influyente por antonomasia, que me despierta un urgente interés, pues cuando tuve que mal leerlo con 16 años en Literatura no alcancé totalmente a apreciar su importancia, ni su dimensión, teniendo que acudir por un acertado consejo familiar al Quijote de Martín de Riquer para acelerar su comprensión. En parte por la dificultad de un sistema educativo en el que es muy difícil abarcar y profundizar como se merecen ciertos autores o libros, o causado por la incapacidad del profesor de captarnos y explicarnos bien sus intríngulis, sus tripas, no lo recuerdo con nitidez. Un recuerdo agridulce que se desvanece positivamente por una serie de casualidades en torno a él. Que me llegara gentilmente esta película por el director sin pedirla hace poco; que la viera un 23 de abril y que en la Feria del libro de mi centro educativo la semana pasada encontrara el último día los dos tomos del Quijote y el de Avellaneda juntos, esperándome y esperando una segunda oportunidad en mi madurez para engrosar mi biblioteca y atraer a otra generación. También para Peydró este proyecto estuvo marcado por casualidades. Los dos escritores con procesos de confinamiento y que el día cuarenta del encierro por la pandemia fuera un 22 de abril, día del fallecimiento de Miguel de Cervantes, enterrado el 23.
“En el cine en primera persona, nos dice el director, las imágenes quedan fijadas y devienen memoria”. Cervantes no vivió la época del cine, pero su memoria en su última etapa vital se transfigura en ficción, produciendo el mejor de los guiones. Escribir y hacer cine es simplemente recordar y Guillermo G. Peydró también acude a ella en esta película. También formará parte de la nuestra. Por su música, destacando al músico Samuel Andreyev al que ha recurrido en más trabajos anteriores, por la calidad del contenido, por la vocación didáctica quizá no pretendida y por sus atrayentes formas plásticas.
TÍTULO: El retablo de las maravillas. Apuntes para una película sobre el Quijote. AÑO: 2021. DIRECTOR: Guillermo G. Peydró. DURACIÓN: 84 min. GÉNERO: Documental. Ensayo. GUION, EDICIÓN, MONTAJE, FOTOGRAFÍA, PRODUCCIÓN: Guillermo G. Peydró. APARICIÓN DE: Ghjuliu de Petriconi García, Jeanne de Petriconi (artista, escultora) y Guillermo G. Peydró. MÚSICA: Samuel Andreyev, Le trio Joubran, Henri du Bailly, Anahit Simonian.
Está claro que el director hizo de la necesidad virtud. Cómo abres el apetito de verlo…
¡Excelente comentario! ????????????????