La riqueza es como el agua salada; cuanto más se bebe, más sed da.
Arthur Schopenhauer (1788-1860) Filósofo alemán.
Desde la década de los 90 la Unión Europea ha modelado un sistema político y económico basado en una sola premisa: el dinero. Como becerro de oro todas las instituciones quedaron sugestionadas por este, cual interpretación más radical del capitalismo, arraigándose imperecederas dos de las mayores vilezas humanas: la avaricia y la codicia.
La crisis de 2008 fue la consecuencia directa de ello, del mismo modo que su gestión posterior y, por si no quedaron claros tales extremos, la pandemia ha vuelto a poner en evidencia todas las fallas del mismo.
Algo que puede verse de manera muy significativa según la manera en que los diferentes países han afrontado su lucha contra la enfermedad.
De una parte los que han decidido combatir al virus, entre otros, Nueva Zelanda, Taiwan, Australia, Noruega o Finlandia donde su estrategia de severas restricciones, rapidez de actuación e implicación ciudadana según cada caso, pero con el objetivo prioritario de preservar por encima de todo la salud de los ciudadanos, va resultando exitosa tal como se ha visto recientemente en el partido de tenis disputado por Rafael Nadal en Adelaida hace solo unos días.
De otra el caso de EE.UU. o en general la Unión Europea donde se ha decidido convivir con el virus, otorgando el papel protagonista a la economía. De ahí las precipitadas desescaladas después de los primeros temerosos confinamientos, la consiguiente relajación de la población y campañas tan insensatas, a pesar de las continuas advertencias de la comunidad científica, como la de «Salvar la Navidad».
Es obvio que conjugar ambas cuestiones, salud y economía, no resulta fácil pero todavía resulta más difícil cuando se es presa de un patrón basado en la versión más fundamentalista del capitalismo.
El problema de las patentes
En resultas a tal manera de entender el modelo económico y político el mundo –sobre todo los países subdesarrollados-, se enfrenta por enésima vez al problema de las patentes.
Ni que decir tiene que la industria farmacéutica es históricamente conocida tanto por su ingente margen de beneficios como por sus dudosas prácticas. Baste echar solo un vistazo a los burdos procedimientos empleados por las mismas, tan consabidos en nuestro país, para que sus productos destaquen unos sobre otros en el vademécum de los profesionales de la medicina.
Partiendo de esos mimbres las patentes, ese instrumento que reconoce los derechos sobre el origen de un producto, ha sido utilizado de manera más que tendenciosa por las farmacéuticas. De tal modo que su elevado coste se traduce en un duro sacrificio para miles de millones de personas en todo el mundo, por mucho que el esfuerzo de numerosas ONG vaya, aún de forma muy lenta, dando sus frutos.
En estos duros tiempos que corren, ni siquiera en un caso como el de la actual pandemia, ni las farmacéuticas ni los países súper desarrollados que las auspician y protegen, son capaces de autorizar la liberación de las patentes de los fármacos necesarios para combatir la misma.
A la vista de ello y visto los incumplimientos en las entregas de las vacunas comprometidas por las farmacéuticas, las nuevas mutaciones que van surgiendo del virus y la rapidez con que se expanden las mismas lo que agravará aún más la situación económica, surgen ya voces en el seno de la Unión Europea invocando al artículo 122 del Tratado de Funcionamiento de la UE que, en situaciones de emergencia, permite ayudas financieras de carácter extraordinario para los países asociados que así lo requieran.
Por eso, entre tantas dudas, los diferentes gobiernos comunitarios –entre ellos el de Pedro Sánchez-, deberían ser más precavidos y no seguir aseverando que en el próximo verano se habrá alcanzado ese 70 % de inmunidad entre la población que, a decir de la comunidad científica, pondrá a raya el virus.
A buen seguro la cosa irá para más largo, aunque no tanto como determinados altavoces mediáticos pretenden soliviantar interesadamente a la opinión pública porque, entre otras cosas, nuevas vacunas se irán incorporando, pero visto lo visto ante la creciente desconfianza a los poderes públicos más vale que estos se anden con más cuidado y mejor tino.
Veremos si sirve de algo que algunos de sus principales protagonistas como el BCE, la Comisión Europea, la mismísima Ángela Merkel e incluso el FMI, parezcan haber cambiado su discurso ante tamaños desatinos y dadas las enormes proporciones de la tragedia.
De no confirmarse dicho cambio de rumbo, cuando a pesar de las ayudas recibidas y los compromisos adquiridos, algunas farmacéuticas han decidido burlar los mismos y venderse al mejor postor aun a base de quien sabe cuántos damnificados por el camino, solo quedará decirles a quienes las procuraron: es el mercado, amigo.