«La calidad nunca es un accidente; siempre es el resultado de un esfuerzo de la inteligencia»
John Ruskin (1819-1900) Crítico y escritor británico.
El desarrollismo español de la década de los 60 se fundamentó en tres pilares: el turismo, la construcción y la emigración. Los dos primeros aun siendo de bajo valor añadido y el último un recurso para reducir el desempleo, pueden servir de impulso para la economía de un país durante un cierto periodo de tiempo, sobre todo cuando se trata de dejar atrás un sistema basado en la autarquía como era el caso. Pero no resultan lo suficientemente sólidos como para apuntalar un modelo de economía estable y de progreso.
Los hechos.
Vuelta a lo mismo, el problema es que más de 40 años después de finiquitado el anterior régimen el modelo se ha mantenido intacto a pesar de sus evidentes fallas. De hecho las crisis del petróleo de los 70 lo dejaron en evidencia y fue precisamente el desbordamiento de la construcción lo que agudizó la crisis en España de 2008, mientras el turismo, una vez más, ha sido una tabla de salvación efímera durante los años posteriores.
En la misma línea, tras el crash de 2008 de nuevo la emigración masiva, por una parte de inmigrantes nacionalizados retornando a sus países de origen u otros destinos más benignos y de españoles nativos de toda clase y condición, incluidos buena parte de lo que se ha dado en llamar «la generación mejor preparada de la historia», ha servido para aliviar de manera más que sensible la tradicionalmente alta tasa de desempleo española.
No obstante, también habría que añadir un nuevo parámetro a la tan supuesta recuperación económica de los últimos años -dada su desigual repercusión en términos macroeconómicos y de la economía real-, cómo ha sido en buena medida el aumento de las exportaciones. Sin embargo, éstas aún se siguen apreciando allende de nuestras fronteras más desde el punto de vista competitivo –bajos costes de producción-, que por su calidad –baja inversión en I+D+i-, lo que, en definitiva, viene a redundar igualmente en un bajo nivel de rentas para la mayor parte de los trabajadores.
Los datos.
España encabeza la lista de países de la OCDE, que agrupa a las 35 economías más industrializadas del mundo, en relación al porcentaje aportado al PIB por el sector turístico con un 11.1 % sobre el total de la economía nacional (datos de 2016). Para que nos hagamos mejor a la idea la media en la OCDE era en esa misma fecha del 4.1 % y en cuanto al empleo la misma se situaba en el 5.9 % del empleo total.
Si limitamos la lista a los países pertenecientes al G20 el resultado nos quedará del siguiente modo:
Desde 2016 la inestabilidad en buena parte de la ribera mediterránea propiciada por el fundamentalismo islámico y, en lo que nos toca, el auge del denominado «turismo de playa», principal característica del sector en nuestro país, ha propiciado que en España ese porcentaje se haya elevado hasta el 15 % del PIB en 2018, mientras representa ya otro 15 % del empleo. En el caso del PIB algunos analistas llegan incluso a cifrar en el entorno del 25-30 % su aportación total en el conjunto de la economía española.
Mientras tanto el peso de la industria manufacturera en España siguen en franco detrimento hasta caer al 12.6 % de su aportación al PIB, alejándose cada vez más del 20 % fijado por la U.E. para este 2020, precisamente la que debería aportar mayor valor añadido a la economía y el empleo nacional. Aunque, en cualquier caso, la actual crisis sanitaria va a hacer saltar por los aíres todas las previsiones.
El resultado.
Probablemente el ejemplo más ilustrativo sea el de nuestro vecino al otro lado de los Pirineos. Francia es la primera potencia turística del mundo, sin embargo el turismo representa el 7.3 % de su PIB, es decir aproximadamente la mitad de lo que significa en España.
¿Qué nos quiere decir esto? Que la dependencia en nuestro país de un recurso que representa un bajo valor añadido en cuanto al empleo –salarios precarios y alta temporalidad-, es mucho más importante que en Francia y, como vemos en las tablas anteriores, que en el resto de los países más desarrollados del mundo.
Si a eso añadimos que es el sector de la construcción –también con bajo valor añadido-, el segundo de más importancia y el endémico problema de la tasa de desempleo –en toda la serie histórica una de las peores de la U.E.-, es evidente que cualquier crisis de escala global que sacuda a la economía española tendrá mayores repercusiones y resultará más difícil de paliar que en el resto de países de similar desarrollo.
La respuesta.
«Hace falta liberar suelo porque parte de la recuperación vendrá por la construcción y no por limitar el precio de la vivienda», Isabel Díaz Ayuso (Presidenta de la Comunidad de Madrid)
Lejos de hablar de inversión pública en vivienda con miras a dar una respuesta más asequible a la demanda y de paso contener los precios de la misma, a la vista de tales afirmaciones lo que nos está proponiendo la presidenta madrileña es una nueva burbuja inmobiliaria de la que, por desgracia, ya conocemos sobradamente sus consecuencias.
Si, como hemos visto, esto lo ampliamos con nuestra absoluta dependencia del sector turístico, solo cabe decir que estamos ante un problema que se diría casi antropológico en buena parte de la clase política española. Bien sea por dogmatismo en el caso de la presidenta madrileña, bien sea por inercia en cualquier otro caso, como el del ministro Ábalos, aunque se trate de infraestructuras públicas.
Los datos son tan flagrantes que ni siquiera cabe el beneficio de la duda para afirmar con claridad que el modelo económico e industrial español necesita cambiar de manera tan rotunda como forzosa si queremos afrontar los retos del futuro.
La ineludible reconstrucción del país tras la crisis sanitaria ofrece una nueva oportunidad para cambiar el modelo productivo propiciando más y mejores empleos cualificados de alto valor y para ello se hace imprescindible aumentar de forma sensible las dotaciones presupuestarias para sectores tan maltratados como la educación y la ciencia que han de ser los verdaderos pilares del desarrollo sostenido y sostenible de cualquier país.
Así como el desarrollo de unos servicios públicos capaces y de calidad, impidiendo que caigan en manos de especuladores e inversores cortoplacistas ya que como se ha podido comprobar en el caso de la sanidad y el de las residencias de mayores el resultado ha sido catastrófico tanto para los usuarios como para los trabajadores de los mismos.
La magnitud de la tragedia desatada por el Covid-19 ha puesto patas arriba todas las deficiencias del sistema y los sacrificios para la sociedad española van a ser enormes. Por lo que, sin duda, es el momento para repensar un nuevo modelo de desarrollo que a buen seguro mitigaría de paso sucesos tan dramáticos como este.
O lo que vendría a ser lo mismo, dicho sea con todos los respetos: España tendrá que decidir de una vez si prefiere tener un millón de camareros o un millón de ingenieros.
[…] de las antiguas democracias del continente. No en vano y tal como explicábamos semanas atrás en relación al turismo, España ha fundamentado su desarrollo durante todas estas décadas en sectores de bajo valor […]