Tengo para mí que uno de los temas más esenciales de la reflexión filosófica, al menos desde Aristóteles, aunque a menudo muy implicado en Platón, por ejemplo en su diálogo Político, es el de en qué consiste hacer algo. Como en cada una de estas cuestiones esenciales, caben aquí dos actitudes cognitivas, una macro o heroica, a la que llamaríamos metafísica, y otra micro, hoplita, a la que llamaríamos analítica. Entre las primeras, y casi como su epítome, yo apuntaría a Maurice Blondel, y al planteamiento de partida de su obra mayor: «¿qué significa actuar, según la idea común que nos hacemos de ello? Significa introducir y añadir algo de uno mismo en la inmensidad de las cosas que envuelven siempre y en todo un infinito actual, en el ámbito del determinismo que afecta a toda la complejidad de los fenómenos. Nadie piensa en actuar si no se atribuye a sí mismo el principio de su acción, y si no cree ser alguien o algo, como un imperio dentro de un imperio.»[1]BLONDEL, Maurice: La acción. Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 1996, p.153. Tal vez no haya nada más lejos de estos propósitos, tan coherentes, eso sí, con el espiritualismo católico decimonónico, que los de Axel Barceló, quien propone una exploración de márgenes reconocibles, desembarazada de la abrumadora e interminable conciencia de la acción, tal como la registra Blondel. Pero sin esta minuciosa infantería puede que la noble caballería sufra demasiadas bajas, por continuar con nuestra analogía militar.
El punto de partida de Barceló, aunque a partir de allí inicie una investigación conceptual bastante más amplia, es el del significado del llamado argumento de Gettier, y que podríamos resumir así, que «algunas cosas que se puede saber cómo hacer, también se pueden hacer (incluso por los que saben cómo hacerlo) por pura suerte.»[2]BARCELÓ ASPEITIA, Axel Arturo: Falibilidad y normatividad. Un análisis filosófico de la suerte. Cátedra, Madrid, 2019, p. 46. Cualquier decisión humana es falible, se da en un contexto de riesgo, de hecho, si estamos hablando de decisiones humanas en sentido fuerte, y no de meras elecciones, tendríamos que estipular para dicho contexto la vigencia de «un principio de razón insuficiente», bien optemos por describirlo, según nuestros intereses específicos, como ambigüedad o como incertidumbre, aunque por lo general la perspectiva analítica suele invertir los términos, tal y como los uso, puesto que distinguiría entre elecciones, en las que cabe un alto grado de ambigüedad, y decisiones o, si se quiere, elecciones plenas.[3]WHITE, D.J.: Teoría de la decisión. Alianza, Madrid, 1969. Sin embargo, la tradición occidental, cuando habla de decisionismo, por ejemplo en el sentido jurídico y teórico político, se desvincula bastante de la investigación operacional y la teoría de la decisión propiamente dichas.
No se le escapa en absoluto a Barceló, como se desprende incluso del título escogido para su ensayo, qué paradojas pueden surgir desde el punto de vista moral, a partir del argumento de Gettier, por ejemplo, la de si es preferible una acción buena incompleta o fallida, realizada con plena conciencia, a una que sea exitosa con respecto al bien pero cumplida en virtud de la suerte. Hay perspectivas en este sentido, como la de Bernard Williams que parecen sensibles a esa orientación general, cuando resumen la cuestión de la moral en un agregado de «discovery, trust, and risk»[4] WILLIAMS, Bernard: Morality. Cambridge University Press, Cambridge, 2017, p. 79.
Existe la fortuna moral, no es independiente de esta suma de descubrimiento, confianza y riesgo, en la que se desenvuelve la acción humana.
De esta manera, al menos desde un punto de vista normativo, el riesgo asumido debe ir acompañado de cuidado, para que la evaluación sea completa, y por eso distinguimos entre lograr o, meramente, obtener por suerte, es decir, entre logro, propiamente dicho, y un feliz accidente[5]Falibilidad y normatividad, p. 50 . Sin embargo, con este sesgo de la recompensa, se nos viene a la mente inmediatamente la innovación propuesta en el campo de la distribución racional de recursos, por parte de Elster. Puede que la lotería de Babilonia sea, en determinadas condiciones, el mejor método para repartir los bienes, y la fortuna una dama justa[6]ELSTER, Jon: Domar la suerte. Paidós, Barcelona, 1991. Y esto supone, obviamente, un desequilibrio, no sé si subsanable, con respecto al significado de la suerte, ya se considere desde el punto de vista del evaluador o desde el del evaluado. Mientras pensaba en el contenido de este artículo, me tomé la molestia de releer cierto libro admirable sobre el azar y la suerte. En El gobierno de la fortuna, uno de esos raros libros de filosofía que inauguran cosas aquí, y que, no tan raramente, quedan sepultados en el olvido, Juan Antonio Rivera propone lo que podríamos llamar una teoría general de los procesos, en la que juegan un papel preponderante los conceptos de hiperselección y de dependencia de la senda, de tal manera que, a partir de sistemas caóticos la suerte es capaz de establecer regularidades logradas[7]RIVERA, Juan Antonio: El gobierno de la fortuna. Crítica, Barcelona, 2000. Alguien dirá que hablar del efecto mariposa a propósito de nuestras acciones sólo podría confundirnos, pero yo lo dejo aquí, como una indicación, acaso medio irónica, de que el consecuencialismo infinito de Maurice Blondel, a quien citábamos al principio, puede que no estuviese tan errado, aunque ahora no se recurra a la trascendencia de la acción, sino, antes al contrario, a su inserción en un contexto inmanente no del todo predecible.
En cualquier caso, el lector no se verá defraudado a la hora de comprender este papel del factor de la suerte desde un punto de vista normativo: «Esto explica por qué valoramos los logros por sobre (el mero alcanzar) las metas: porque los primeros son buenos por partida doble: por un lado, son cosas buenas y, por el otro, son actos buenos, es decir, es posible rastrear su bondad en los actos correctos del agente. En otras palabras, aparecen como valiosos dentro de dos regímenes distintos: el de las cosas y el de los actos. Sin embargo, de los dos tipos de valores, solo los segundos -el de los actos- es genuinamente normativo. A la realidad no es posible normarla, aunque preferiríamos que fuera de cierta manera en vez de otra. Solamente hay normas ahí donde hay acción. La realidad no obedece o desobedece normas, solo es como es.»[8]Falibilidad y normatividad, p. 87.
No se puede, tampoco era la intención de Axel Barceló, desentrañar todos los factores involucrados en el análisis de la suerte en el terreno de la acción humana. En efecto, así ocurre si intentamos compaginar el problema de la suerte con el de la intención consciente. Desde luego, parece razonable suponer que las acciones logradas, sin una intención consciente, sólo pueden ser achacadas a la fortuna. Pero eso nos arrastra, casi de la mano, a otro problema no menos peliagudo, que es el de determinar cuánto y cómo son de conscientes nuestras acciones. Al menos por lo que se refiere a las decisiones proximales, aquellas que están muy cerca de la ejecución, frente a aquellas distales, más alejadas de la ejecución. En ese sentido recomendaría el estudio del doctor Alfred Mele, que supone una discusión sobre algunos inmerecidos prestigios de la neurociencia; aquellos que se permiten considerar irrelevante la noción de libre albedrío, en cuanto que nos movemos en un lapso de microsegundos[9]MELE, Alfred R.: Intenciones efectivas. El poder de la voluntad consciente. Herder, Barcelona, 2017. Creo que ambos ensayos, el de Barceló y el de Mele, constituyen un magnífico ejemplo de lo lejos que se puede llegar cuando la filosofía anda paso a paso. La satisfacción del lector no es tan fácil como en otras ocasiones, desde luego no como en algunos de los textos que nosotros mismos hemos reseñado. Pero se trata de una satisfacción duradera. Porque hemos comprendido que la filosofía es también esto y que, dado el clima de vaguedad imperante, a veces debería ser sobre todo esto.
A estas alturas de mi reseña, los lectores menos avisados se preguntarán tal vez por el título algo enigmático que la encabeza. Y es que la consideración de la acción humana como una filosofía de la decisión, es un tema bien clásico, del que ahora presentamos una apasionante revisión contemporánea, pero que podemos seguir hasta el De caelo aristotélico, y que contamina también la noción del libre albedrío, como un principio de indiferencia de la voluntad. Recae sobre el filósofo medieval Buridanus, de la escuela nominalista de París (siglo XIV), la reductio ad absurdum de un asnillo, al que Baruch Spinoza convertiría en burrita, y que al enfrentar dos direcciones o motivos divergentes, que le son, por así decir, indiferentes, sería incapaz de iniciar su marcha. Tengo para mí que el desmontaje mayor, de esta posición de la libertad como indiferencia, se debe sobre todo a Henri Bergson. Y la partida o apuesta es una mención a Blaise Pascal, quien escribe para sus amigos tahúres y les recuerda que es preciso jugar, que estamos todos embarcados. Siempre he pensado que Pascal propone a los jugadores, de entrada, engañar a Dios, vivir según religión aunque no se crea. Pero en realidad lo que hace es dejar que el jugador sea engañado por Dios, porque en el hábito está todo el monje, y la religión misma ninguna otra cosa es que una forma de vida, y que tiene la fe como su producto si es que no como su origen. La partida se hará imposible con el juego de billar de David Hume, quien saca a Dios del cuarto de juegos. Y, casi en sentido contrario al humeano, Albert Einstein dirá que nadie puede pensar que Dios apuesta a los dados, asustado por determinadas interpretaciones de la física de partículas. Unas que están bien cerca del abismo entrevisto por el poeta Mallarmé, marinero experto en mares sin orilla.
Título: Falibilidad y normatividad. Un análisis filosófico de la suerte |
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Referencias
↑1 | BLONDEL, Maurice: La acción. Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 1996, p.153 |
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↑2 | BARCELÓ ASPEITIA, Axel Arturo: Falibilidad y normatividad. Un análisis filosófico de la suerte. Cátedra, Madrid, 2019, p. 46 |
↑3 | WHITE, D.J.: Teoría de la decisión. Alianza, Madrid, 1969 |
↑4 | WILLIAMS, Bernard: Morality. Cambridge University Press, Cambridge, 2017, p. 79 |
↑5 | Falibilidad y normatividad, p. 50 |
↑6 | ELSTER, Jon: Domar la suerte. Paidós, Barcelona, 1991 |
↑7 | RIVERA, Juan Antonio: El gobierno de la fortuna. Crítica, Barcelona, 2000 |
↑8 | Falibilidad y normatividad, p. 87 |
↑9 | MELE, Alfred R.: Intenciones efectivas. El poder de la voluntad consciente. Herder, Barcelona, 2017 |