Si la burocracia y el papeleo son factores determinantes a la hora de perder el tiempo, los palestinos deben llegar tarde a todas partes. En Palestina no se va a los sitios así como así; hay que planificar, organizar, prever. Ehab Iwidat, estudiante universitario residente en Ramala, me enumera todos los documentos de identificación que tiene a su nombre para poder ir de un lado a otro: DNI, pasaporte, la tarjeta verde para ir a Jordania, el permiso para ir a Jerusalén o Israel, y la tarjeta magnética para conseguir dicho permiso. Los palestinos pueden tener carpetas llenas de documentos como estos, pero los ciudadanos de Jerusalén Oriental poseen uno bien extraño; el fotógrafo de Jerusalén Ayman Abu me enseña su pasaporte israelí, en el que se indica que el portador de este documento no es ciudadano de Israel, y en la sección de «nacionalidad» pone «Jordania». Las afueras de Ramala y Jerusalén Oriental están separadas por apenas unos metros, pero también por incontables horas de esperas, trámites previos y rezos para no estar en la lista negra de Israel. Eso sí, el gran checkpoint de Qalandiya para pasar a Israel, se cruza con el mismo glamour y pompa que para entrar a la oficina del paro: haciendo cola y andando.
«La mierda la dejamos en la frontera», me dijo un israelí de origen sefardí cuando me invitó a su casa para la Pascua Judía. ¿Qué mierda? ¿La basura? ¿La pobreza? ¿El terrorismo? Algunos israelís hablan de Palestina como si fuera un descampado miserable en el que desaparecen los niños que se atreven a aventurarse en él, llamado misteriosamente los «Territorios». La ONG israelí “Breaking the Silence” recoge testimonios de soldados, como el de la teniente que sirvió en Hebrón y reconoció que todo el mundo sabe que algo pasa en los «Territorios», pero que eso es otro mundo con otras normas.
En Israel el servicio militar es obligatorio; los hombres lo completan en tres años, las mujeres en dos. Cualquiera que viaje por Palestina e Israel verá muchos de estos jóvenes soldados aburriéndose en los checkpoints. Es muy difícil encontrar cifras recientes y fiables sobre cuántos checkpoints hay allí en la actualidad. Según las ONGs israelís B’tselem y Machsom Watch, existen numerosos tipos de puestos de control: los checkpoints internos (los que se encuentran dentro de Palestina), los checkpoints de la Línea Verde (situados en la línea de demarcación entre ambas naciones, que se estableció en el armisticio árabe-israelí de 1949), los checkpoints dentro de la ciudad de Hebrón (la única ciudad en Palestina en la que existen asentamientos judíos en su interior), los controles de carretera (similares a una barricada de bloques de cemento), las vallas que enmarcan zonas agrícolas y plantaciones (que tienen diferentes horarios de apertura y algunas abren solo una o dos veces al año), y también incluyen en esta lista las carreteras palestinas por las que solo pueden circular coches y ciudadanos israelís (el número de carreteras de este tipo es aún más difícil de calcular, ya que sus normas se basan solamente en órdenes verbales que reciben los soldados). Moverse por Palestina tiene sus contratiempos debido a este tipo de controles, pero la página web de las IDF o Fuerzas de Defensa Israelí explica que también en los aeropuertos es común ver largas colas, y que estas medidas se implantan por motivos de seguridad. En estas circunstancias, los palestinos no tienen más remedio que practicar la paciencia del buen turista a diario y en su propio país.
En Palestina la gente también hace picnics en el campo, también se celebra el Oktoberfest, y también hay algunos restaurantes chinos. En Palestina se puede aparentar normalidad, pero esta conlleva ciertas complicaciones. Los artistas Sandi Hilal, Alessandro Petti, and Yazid Anani realizaron una intervención pública en 2010 en Ramala llamada «El síndrome de Ramala», para la que colocaron treinta preguntas en diferentes cafeterías y restaurantes de la ciudad. Este proyecto pretendía examinar la «alucinación de normalidad, la fantasía de que la ocupación y la libertad puedan coexistir», con preguntas como: «¿Qué problema hay con llevar una vida normal en Ramala? », «¿Cómo distinguir entre tener una vida normal en Ramala y normalizar la ocupación? », y «¿Ramala es Nueva York? » Un día, Ehab Iwidat decidió salir de Ramala para ir a comer al monte con varios amigos extranjeros. Viajaban en un servees, un taxi amarillo parecido a una furgoneta, en el que caben siete pasajeros. Al parar en el checkpoint, todos tuvieron que mostrar sus pasaportes o identificaciones, y en ese momento una de sus amigas, de Holanda, se hizo una pregunta, con miedo: ¿quién se había guardado el cuchillo? Imaginaba a un soldado con acné y brazos flacos encontrando la navaja en la mochila de Iwidat, y deteniéndole por ser sospechoso de un pre-crimen por acuchillamiento. Finalmente, nadie inspeccionó sus pertenencias. ¿Es normal vivir así?
«Los checkpoints son solo la punta del iceberg», opina Ina Friedman, voluntaria de Machsom Watch y periodista jubilada de origen americano. Según ella, esa punta representa una mínima parte de una estructura a la que pertenecen los permisos, las listas negras de palestinos a los que se les deniega la entrada a Israel, y los niños palestinos encarcelados -a finales del pasado mes de mayo había 331 menores de edad detenidos en prisiones israelís. ¿Qué puedo decir sobre los checkpoints en Palestina, qué puedo decir sobre este conflicto que no se haya dicho ya? Mahmoud Muna, el dueño de la librería Educational Bookshop de Jerusalén Oriental, afirma en el libro «Oriente Medio, Oriente roto» de Mikel Ayestarán que «todo lo que había que contar ya se ha contado. (…) Lo que falta es voluntad política para solucionarlo.» Solo añadiré que perder nuestra vida pidiendo permisos para cruzar muros y vallas es triste; que perder nuestra juventud vestidos con uniforme custodiando un puesto de control es aburrido; que, como me contaba Ehab Iwidat, todavía hay gente en el mundo que confunde Palestina con Pakistán, y eso, es curioso, me provoca una gran pena.