Sí, España es una democracia joven. A pesar de rondar ya las cuatro décadas, una vez más y a la vista de lo ocurrido tras los últimos procesos electorales, vuelve a quedar en evidencia la falta de experiencia democrática tanto de las instituciones como de una parte del electorado, influenciado este por los espurios intereses de determinados grupos mediáticos.
Sí, también es cierto que no es algo habitual que un país de las características de España lleve 9 meses con un gobierno en funciones, aunque todavía quede muy lejos de los 541 días de Bélgica que con ese periodo entre 2010 y 2011 superó el anterior récord mundial de Camboya. Y donde les fue mejor que al resto de socios comunitarios, lo que debería resultar notorio, ya que en esos duros años de esta inagotable crisis económica, al carecer de gobierno, Bélgica no se vio sometida a las políticas de austeridad dictadas por la UE y que han resultado tan perjudiciales para el grueso de los mortales.
Por su parte, lo que parece haber olvidado cierta clase política de sumo arraigo y algunos medios de comunicación es que España es una democracia parlamentaria. ¿Qué quiere decir esto? Que el presidente del gobierno de la nación no resulta de una elección directa, sí no que es el parlamento el que dictamina quién habrá de ser el mismo conforme al número de apoyos que reciba de los representantes del pueblo elegidos para ese y otros fines que forman parte de la Cámara. Del mismo modo que el presidente no tiene por qué haber figurado en ninguna lista electoral o pertenecer a algún partido o agrupación política, tal como ha venido ocurriendo con algunos ministros que, a consecuencia de ello, han de abstenerse en las votaciones que se dan en el Congreso y en el Senado.
Por eso, el argumento tan manido de que debería gobernar la lista más votada además de tener un cierto carácter fraudulento, vulnera de manera muy clara el espíritu constitucional. Otra cosa muy distinta, que pudiera ser planteada en cualquier momento en una reforma de la Constitución si así se pretendiese, es que España fuera bien una república presidencialista o la elección del presidente del gobierno fuera directa y en modo distinta a la de los parlamentarios, tal como por ejemplo ocurre en los EE.UU. y el resto de repúblicas americanas. Pero mientras nuestra Constitución determine la democracia parlamentaria como forma de gobierno, cualquier propuesta al margen de esta resulta irrelevante y, como poco, malintencionada.
Resultan pues significativamente falsas tanto las afirmaciones de los miembros del actual gobierno en funciones, como las de sus afines cuando aseguran que, salvo en la vecina Portugal, en el resto de países europeos quien gobierna es la lista más votada ya que eso no es cierto y, de hecho en la actualidad, se da también en casos como los de Dinamarca, Luxemburgo, Letonia y Bélgica, además de ser 19 de esos mismos países donde el gobierno es fruto de una coalición. O lo que es lo mismo el hecho de que en España, en su escaso periplo democrático, siempre haya gobernado un solo partido hay que considerarlo no como una práctica habitual si no casi como una anormalidad en el contexto europeo. Puestos a decir, ahora que tanto se pone de ejemplo a Dinamarca, que el pequeño pero sumamente desarrollado país escandinavo, tiene por primer ministro al que fuera candidato de la tercera lista más votada, amén que desde hace más de 100 años todos sus gobiernos han sido fruto de coaliciones entre las diferentes fuerzas políticas.
Coaliciones que atienden, por lo general eso sí, a los denominados bloques de izquierda o derecha con más o menos afinidad ideológica. En alguna ocasión y de manera más que interesada se pone como ejemplo el excepcional caso de Alemania donde la CDU gobierna en coalición con el SPD lo que, a tenor de las últimas encuestas, puede traer como consecuencia una auténtica debacle electoral para el viejo partido socialdemócrata alemán, consecuencia de su pacto contra natura con el partido de A. Merkel y tal como le ocurriera del mismo modo al PASOK en Grecia tras su pacto con los liberales de Nueva Democracia. De ahí que intentos de pactos como el que se diera meses atrás entre PSOE y Ciudadanos, el primero -al menos a tenor de su programa electoral-, de claras posiciones socialdemócratas mientras el segundo presenta claros sesgos neoliberales en especial en las dos cuestiones que más interesan a la opinión pública como son la economía y el empleo, no fueran secundados por los partidos necesarios en la Cámara.
Sin embargo a la vista de lo ocurrido hasta ahora y de los resultados electorales resulta difícilmente comprensible, desde el punto de vista de la política clásica, que España carezca al día de hoy de gobierno ya que tras las elecciones de Diciembre del pasado año pudo presentarse como viable un gobierno de coalición entre grupos de la izquierda del tablero político, cuyos programas se solapan prácticamente en todo lo más importante que afecta de manera directa al conjunto de la ciudadanía. Otra cosa muy distinta, que es lo que parece haber ocurrido y sigue ocurriendo al día de hoy, es que el PSOE —motivo este que le está repercutiendo en una sangría de votos en cada uno de los últimos comicios—, mantenga un discurso electoral o mientras está en la oposición de clara orientación socialdemócrata pero, cuando se afana en tareas de gobierno, aplica las mismas políticas liberales que sus supuestos oponentes políticos. Más o menos lo que le sucede al resto de los viejos partidos socialistas y laboristas del occidente europeo que los están llevando cada vez más lejos de sus tradicionales opciones de gobierno. «La crisis de la socialdemocracia», pero ese es otro tema al que se podría dedicar otro artículo en sí mismo. Todo esto sin olvidar la inexperiencia política de quién podía haber sido su principal apoyo parlamentario, Podemos, que en vez de suavizar posturas máxime la actual y dificilísima coyuntura del PSOE, no supo estar a la altura debida ante una posibilidad que quizá pueda haber resultado única por mucho tiempo.
Única porque también la especial idiosincrasia, esta vez de una parte del electorado español, hace parecer casi inmune al Partido Popular, no ya ante sus políticas económicas y sociales frutos de un modelo ideológico muy determinado y por el que es fiel a sus principios, si no a todas las innumerables tramas de corrupción en las que se encuentra involucrado hasta los más altos niveles del mismo e incluso a pesar de su recalcitrante manera de actuar, aun los tiempos que corren, como ha ocurrido recientemente con el caso del ex-ministro Soria y su designación para el Banco Mundial. Impertérrito, el PP sigue actuando consciente de ello, como si con él no fuera la cosa, en la seguridad que la incondicionalidad del grueso de su electorado —motivo este también merecedor de otro especial estudio—, le entregará nuevamente el gobierno caso de unas terceras elecciones.
Y en ello estamos. Tal como ocurriera desde Diciembre del pasado año el PSOE sigue teniendo la llave para decidir qué opción política dirigirá los destinos de España los próximos años. Una de carácter progresista, fiel a sus líneas programáticas, que esperan como agua de mayo en toda Europa dadas las capacidades de España en el contexto europeo todos aquellos que quieren dejar atrás un modelo económico que ha generado tan enormes desequilibrios sociales. O bien mantener el actual pragmatismo neoliberal permitiendo un nuevo gobierno del PP o ceder a unas terceras elecciones que a buen seguro y salvo sorpresa mayúscula le facilitará el gobierno a los populares con mucha mayor holgura de las que las urnas le han deparado hasta ahora.
Estamos en una época extraña. En las primeras elecciones, no entendí que el PSOE y Podemos fuesen incapaces de llegar a un acuerdo, cuando solo necesitaban un puñado de votos más para lograr la mayoría y formar gobierno. En lugar de eso, el PSOE optó por Ciudadanos y no llegaron a ninguna parte. En las segundas, el PP hizo lo propio, porque por suerte o por desgracia, no tiene otros partidos afines en la derecha, salvo algunos nacionalismos. Y, con estas, estamos a 18 de septiembre, sin gobierno y con vistas a unas terceras elecciones que volverán a dejar claro que no se formará gobierno. Bueno, tengo que puntualizar que el PP aumentará y mucho su ventaja, tal y como es habitual en España pese a las corrupciones y demás, así que a lo mejor sí les da para gobernar con Ciudadanos.
La desgracia verdadera es la demagogia con la que hablan y lo fácil que se manipula el electorado. Estamos atrapados en un barco dirigido por inútiles, elegidos democráticamente en un sistema que solo admite rojo o azul. Bien mirado, como las pastillas de Matrix, pero ni siquiera con tanto calado; aquí tanto da uno que otro, porque en el fondo los extremos se tocan y no existen en España los políticos de altura. Existe la política como profesión para ganar dinero y asegurarse la jubilación. Por ese camino no se llega a ningún lado.
Un saludo.
El PSOE se encuentra ahora en una diatriba extraordinaria. Por una parte los que renunciaron a la socialdemocracia -la vieja guardia del partido-, para abrazar esa especie de socio-liberalismo que apadrinaron en su día Tony Blair y Gerhard Schröder hasta quedar seducidos por los desenfrenos del capitalismo. No en vano, la mismísima Margaret Tatcher ya se otorgó para sí su mayor éxito político en la persona de Tony Blair, el líder del partido laborista. Y no en vano, ahora que lo dirige gracias a la iniciativa popular un socialdemócrata de la vieja escuela como Jeremy Corbin, tiene éste en su contra a buena parte de su partido.
Esa, cada vez mayor contradicción, ente lo apostado en el programa electoral y sus acciones de gobierno es lo que le está costando al PSOE un auténtica sangría de votos elección tras elección. Del mismo modo que les ocurre a la mayor parte de los viejos partidos socialistas de nuestro entorno. Por eso, conscientes de ello, buena parte de la militancia del PSOE y de sus simpatizantes apuestan por un giro a la izquierda y un acuerdo con Podemos.
Sin embargo ni siquiera amagó cuando pudo haberlo hecho en Diciembre, casi se suicida con su pacto con Ciudadanos -la marca blanca del PP-, y cuando no le queda justificación alguna recurre a la escusa del independentismo -inconcebible que un partido autodenominado «socialista», reniegue del derecho a decidir-. El PSOE cada vez se aleja más de sus principios y cada vez nos precipita a unas terceras elecciones. Unas terceras elecciones que, digan lo que digan las encuestas, solo servirán para encumbrar nuevamente a Mariano Rajoy y su partido a los que, en virtud de la extraordinaria fidelización de su electorado -muy especialmente el de mayoría sexagenaria-, parece no pasarle factura ni los problemas de la mayoría de la gente ni sus innumerables tramas de corrupción ante las que, en cualquier caso, parecen tener los populares carta blanca para todo.
Un saludo.