50 primaveras, 50 otoños, 50 veranos o 50 inviernos, el título hubiera dado lo mismo; pero en sí primavera comprende en su palabra la luz y la positividad que se quiere impregnar a la temática que lleva implícita la película.
Aurore tiene dos hijas, está separada y se tiene reciclar en su trabajo, donde ni siquiera ya la llaman por su nombre, a sus 50 años, el suyo no es atractivo y su jefe la llama como le viene en gana para atraer al público del bar donde trabajan. Ahora en ese tiempo de cambios fisiológicos y personales, se encuentra estancada, y un encuentro casual con su primer amor de juventud le hace ver que no todo está perdido a su edad, que puede que quede vida más allá de sus 50 primaveras.
Aunque el verano es esa época, en cuanto a cine se refiere, a encontrar propuestas un tanto menos profundas y en busca del puro ocio y desconexión para la taquilla, pero todavía sobrevive alguna película que, aunque dentro de una historia en tono de humor, contenga un mensaje de reivindicación o protesta en forma de normalización sobre el asunto en sí. 50 primaveras es esa versión del humor pero con fondo, y con cierta pizca de ironía.
50 primaveras no es una cinta de reivindicación feminista, por aquello de su personaje principal femenino, sino una película para desmitificar una etapa de la vida de la mujer con sus pros y sus contras. Un canto y liberación de las sensaciones sin tapujos, algo que no solo va dirigido a los hombres, por aquello de plasmar lo que ella siente, sino también a las propias mujeres para dar a entender que se puede hablar de todo sin remilgos y encasillamientos, y que la naturaleza corporal tiene su sentido y no hay que esconderlo, con falsos mitos.
Muchos mitos, muchos tabúes expuestos, y ojo, muchos cánones de una sociedad establecida en la supuesta perfección nos haría callar todo aquello que acontece en cuanto a nuestro cuerpo por la razón de la menopausia, pero somos las propias mujeres las que tenemos que ponernos por bandera el hablar de ello con total normalidad, pero no solo con las de nuestro mismo sexo, si no con los hombres, que parece que no están expuestos a los cambios hormonales, pero la vida también les depara la andropausia.
Y aquí en la película en tono de humor sutil y sarcástico se expone los pasos por los que el sexo femenino pasa, avanza y termina, o no, porque también cada persona es un mundo y no se puede generalizar. La directora Blandine Lenoir ha querido mostrar todos los estereotipos sobre la menopausia y los extremos que se alcanzan, para poder valorar y juzgar las razones de los límites.
Pero bien es verdad que 50 primaveras engloba todo aquello que una mujer puede sentir y gritar a los cuatro vientos a cierta edad, no solo los cambios hormonales. Las cosas cambian en torno a la vida sexual, laboral, familiar y demás, pero la clave está en encarar esa etapa en una fase de transición hacia la formación de la mujer en todo su esplendor si lo afrontamos como una nueva parte de la vida en sí, donde la experiencia es un grado.
La protagonista pasa por esas etapas de adaptación de rebeldía, de enfado con el mundo, con sus más próximos y con la ella misma, hasta que entiendo que la vida es lo que es y que debe asumirla tal cual, todo ello narrado con humor, haciendo ver que la risa es en sí, una terapia más que aceptable, pero que también es necesario la soledad en ciertos momentos para reflexionar al respecto. Todo aquí suma para un compendio de subidas y bajadas que crearán una estabilidad emocional y sentimental, que ya por ello harán que ella misma se respete tal y como es.
50 primaveras es una historia de pérdidas para ganar. De reconocer que los cambios tienen su sentido y buscar la positividad en todo ello, valorando lo que se va cultivando con los años y que la vida va dando paso.
Además 50 primaveras tiene esos tintes, de pasado, presente y futuro. Viendo como cada época deja poso y sabiduría e incluso viendo que el sufrimiento y cicatrices marcan a veces incluso para bien, aunque de primeras no se quiera ver. Tambien encara el tema de las herencias familiares, a nivel afectivo, es algo que no se puede evitar y que los errores, vistos desde algunos ojos, se repiten ya que no se puede renegar ni de los genes, ni del adn, ni de la naturaleza misma.
Agnès Jaoui, protagonista principal, lleva todo el peso de la película con gran maestría, pasa de la risa al llanto, de la ilusión al desengaño, de los sueños a la desesperación en la misma toma, todo con una gran interpretación que desprende variedad haciendo una similitud con el tema en sí que aborda. Alrededor de su personaje giran todas las personas que marcan su personalidad, familia y amigos y como cada uno influye en sus comportamientos y en sus sentimientos, viendo como todo influye en sus cambios.
Profundiza en las fases que no solo las hormonas inluyen en los cambios, si no en todo lo que nos rodea, y como de receptivo sea uno mismo y los contrarios en cada situación.
Estamos ante esa propuesta que no quiere dar más de lo que muestra, una comedia de mujeres extrapolada a la sociedad, ya que por momentos pone en el punto de mira lo que rodea exteriormente a la protagonista, y sus fases, que nos arranca una sonrisa intentando buscar la regularización de cada etapa de la vida.
Ficha técnica