El pueblo y la responsabilidad compartida
En medio de lo expuesto hasta este momento ¿dónde queda la responsabilidad de la ciudadanía? Decía Adenauer que «en política, lo importante no es tener razón, sino que se la den a uno», que vendría a ser lo mismo que considerar unos charlatanes a los políticos y, peor aún, a los ciudadanos y ciudadanas por seguirles.
Durante la Cumbre del clima de Glasgow de 2021, el secretario general de la ONU, el portugués António Guterres, requería la atención de los participantes diciéndoles que «basta de tratar a la naturaleza como un váter. Estamos cavando nuestras tumbas. (…) Estamos al borde de un abismo y avanzamos en la dirección equivocada».
La brasileña Iara Pietricovsky, presidenta de FORUS una red global que conforman 69 plataformas nacionales de ONG y 7 coaliciones regionales que reúnen a más de 22.000 ONG y que tiene como objetivo fortalecer el papel de la sociedad civil para un cambio social real, junto a Irene Bello, presidenta de la Coordinadora de Organizaciones para el Desarrollo que agrupa a 600 organizaciones que trabajan en más de 100 países y que en febrero del pasado año, con la única excepción de Vox, conseguía sacar adelante en el Congreso la Ley de Cooperación para el Desarrollo Sostenible y Solidaridad Global, en diciembre de 2021 escribían en el diario El País:
«La crisis que afecta a todo el planeta tiene graves consecuencias en la salud de las personas, el clima, las desigualdades, las violencias contra las mujeres. Mientras esas consecuencias crecen y crecen, los países coleccionan firmas de acuerdos internacionales que no cumplen, como sellos exóticos en una vitrina (…)».
«La Cumbre del Clima ha evidenciado los esfuerzos insuficientes de los países para limitar el calentamiento global 1,5 grados; la cifra de 137 mujeres asesinadas al día en el mundo demuestra que los avances contra las violencias machistas son muy frágiles; la degradación democrática avanza en el mundo (…) millones de personas se ven expulsadas de sus hogares por los conflictos, el cambio climático, la miseria y la violación de derechos humanos; el genocidio de personas indígenas y el racismo aumentan en todo el mundo (…)».
«La fotografía mundial sobre la garantía del espacio cívico arroja una imagen preocupante. Siete de cada diez personas viven en Estados autocráticos cuyas leyes son contrarias a los valores democráticos. En muchos lugares, son habituales las detenciones y multas arbitrarias, la censura, los hostigamientos o leyes que restringen derechos humanos. Una realidad que ha empeorado en todo el mundo porque algunos gobiernos han utilizado la pandemia como excusa para restringir o empobrecer la participación de la sociedad civil (…)».
«Vivimos tiempos de enormes retrocesos democráticos en todo el planeta. En plena ola autocrática, necesitamos países que promuevan espacios para la acción ciudadana; que garanticen la libertad de expresión, el derecho de movilización y participación colectiva. Países que fomenten la colaboración con sociedades civiles de otros lugares, una de las mejores formas de cooperar frente a retos complejos y globales. Necesitamos Estados que den ejemplo y fortalezcan la democracia».
¿Realmente es consciente la sociedad civil de su papel en todo esto? Puede que muchos no lo sean pero otros tanto, tras 40 años de neoliberalismo, sí que lo saben, no les importa, creen justo en toda lógica y asumen con naturalidad el aumento de los desequilibrios –aunque ello les perjudique-, haciendo oídos sordos a otras demandas que califican de inviables, apócrifas o simplemente creen que no son de su incumbencia.
En lo que más nos toca al continente europeo y especialmente a los países de la ribera mediterránea detengámonos por un momento y a modo de ejemplos en el problema migratorio y el de los agricultores que se manifiestan por todo el mismo.
El mayor error que cometieron las grandes potencias europeas tras la II Guerra Mundial fue olvidarse del Tercer Mundo, quedándolo relegado a una mera fuente de recursos. Ante semejante tesitura es fácil imaginar que cuando aquella época dio paso al actual modelo de capitalismo, atrapado por la idolatría del mercado, las consecuencias de ello han resultado absolutamente desastrosas para los pueblos africanos.
La brutal explotación de los enormes recursos del subsuelo africano –el bochorno de las explotaciones de coltán, execrable desde hace años-, fabulosas prospecciones petroleras sin repercusión para sus naturales o el destino de los conocidos «diamantes de sangre» y demás extracciones de todo tipo en manos de grandes conglomerados empresariales europeos; los conflictos armados derivados de los intereses propios y ajenos y el progresivo deterioro de las condiciones climáticas empujan cada año a decenas de millares de personas a emigrar de manera desesperada al rico norte europeo en condiciones que acaban en tragedia en numerosas ocasiones.
Sin embargo no solo son cada vez más repudiados sus migrantes en una Europa que se aprovecha de manera tan vil de sus recursos sino que costea, sufraga y paga, literalmente, a autócratas en la orilla mediterránea –hasta Turquía-, para que contengan dichos flujos de personas sin preocuparse del destino que correrán las mismas.
Basta echar también un vistazo al actual conflicto de los agricultores a lo largo y ancho de toda Europa en relación a las políticas agrarias de la Unión Europea, apoyadas y refrendadas por todos los grandes partidos desde hace décadas. Pero y en lo que nos toca ¿Es posible asegurar que la mayoría de los consumidores de la Unión Europea que tanto se congratulan ahora con los problemas de agricultores y ganaderos se fijan en la procedencia de los productos que adquieren en el supermercado?
¿Y de nuestro vecino de la tienda de al lado? Contemplamos impertérritos como baja definitivamente su persiana, mientras tomamos el coche para desplazarnos al Centro Comercial fomentando la precariedad laboral propia de las franquicias y el desempleo de los dependientes cualificados que nos atendieron pacientemente y con esmero toda la vida.
El Partido Popular Europeo lleva rigiendo los destinos de la Unión desde hace más de 20 años y uno de los principales motivos de ello es el hundimiento de los partidos socialdemócratas a los que el electorado les ha dado la espalda tras verlos como renunciaban a sus postulados de siempre abducidos por la ortodoxia capitalista.
Pero han sido los propios electores los que, del mismo modo, han asumido plenamente las políticas neoliberales en todo el continente. Vaya como ejemplo también, en el caso de España, esa dilatada expresión del «no hay dinero», propiciada por las políticas de austeridad.
Una expresión tan usada desde hace años por buena parte de la población con el pleno convencimiento de ello mientras se aplaude y exige a su vez la construcción de un aeropuerto en cada ciudad, un palacio de congresos en cada pueblo y miles de kilómetros de alta velocidad ferroviaria que constituyen en muchos casos un auténtico despilfarro.
Es buena parte del pueblo el que reniega de políticas progresistas, el que condena a quienes las proponen, el que criminaliza a toda una ONG al completo en la que colaboran millares de personas cuando alguno de sus miembros es objeto de sospecha. Esa misma gente que ha caído en una estrecha visión cortoplacista de su propio universo.
Es cierto el influjo de los políticos en el posicionamiento de la ciudadanía pero no lo es menos que cada uno de ellos solo representa un poder temporal mientras que el calado de las ideas y las maneras perduran mucho más allá de los mismos y acaban siendo la respuesta de esa parte del pueblo a sus propios intereses.
La banalidad del mal
Acuñado el término por Hanna Arendt, la conocida filósofa alemana huida de la Alemania nazi, durante sus estudios sobre la condición humana tras el juicio de uno de los arquitectos de «La solución final», Adolf Eichmann.
Durante el desarrollo del mismo Arendt pudo comprobar como aquel siniestro personaje reconocía abiertamente sus acciones pero sin mostrar arrepentimiento alguno porque, sencillamente, no creía que hubiera actuado mal en ningún momento.
«Fue como si en aquellos últimos minutos [Eichmann] resumiera la lección que su larga carrera de maldad nos ha enseñado, la lección de la terrible banalidad del mal, ante la que las palabras y el pensamiento se sienten impotentes».
Para Hanna Arendt el ser humano no es ni bueno ni malo por naturaleza, es el individuo el único responsable de sus actos. Para la filósofa la maldad es una consecuencia más de la falta de decisión y de crítica ya que los seres humanos interactúan unos con otros y por tanto deben saber madurar sus acciones para no caer en el riesgo de ser dirigido por otros.
Desde que arrancara el enésimo conflicto palestino israelí, con el atroz atentado de Hamás el pasado año y la respuesta del gobierno de Netanyahu sembrando de decenas de miles de cadáveres los territorios palestinos sin discriminar entre terroristas, inocentes, mujeres y niños, vemos como muchas personas justifican tales acciones e incluso exhortan al ejército de Israel a convertir aquellas tierras también en un baldío como anuncia el ínclito Trump.
Del mismo modo cuando grupos de inmigrantes huyendo del hambre, la miseria y la guerra, arriban a las costas europeas tras años de penalidades, abordando una terrible travesía que está convirtiendo el Mediterráneo en el mayor cementerio de occidente, vemos igualmente como son multitud los que no solo no sienten la menor empatía por los mismos sino que tampoco muestran ningún tipo de rubor hacia aquellos que pierden su vida en el mar.
En tierra, tampoco es de sorprender que se entienda, cuando no justifique, que sean algunos migrantes apaleados por trabajar en el campo por salarios de miseria acuciados por la necesidad, mientras ni siquiera se pone en tela de juicio la naturaleza del explotador.
Como diría Harendt el mal se ha convertido en algo trivial para una gran parte de la sociedad presa de un modelo económico cruel.
El resultado final
Numerosos analistas de todo el mundo, historiadores, filósofos, sociólogos y los principales diarios, incluso las cabeceras de consagrados templos del liberalismo económico como el mismísimo Financial Times, vienen advirtiendo desde hace tiempo que estamos ante un modelo económico descontrolado que se ha granjeado indiscutibles reproches y ha dado lugar a que la democracia se encuentre amenazada por líderes escogidos democráticamente que acaben desarmándola.
El sociólogo filipino Walden Bello, copresidente de Focus on the Global South (Red mundial por el derecho a la alimentación y la nutrición), un grupo de expertos activistas iniciado en Asia que ofrece análisis y construye alternativas para un cambio social, económico y político justo y que ha sido considerado una de las personas más influyente en su campo, advertía en 2021:
«No hay que subestimar el poder de las protestas de grupos de derecha, especialmente en Estados Unidos y Europa, porque son excluyentes. Buscan demandas que tradicionalmente tienen que ver con la izquierda pero con exclusión de clase, de otros grupos étnicos, de los migrantes o de personas de diferentes géneros. Quieren un estado del bienestar, pero solo para algunos. (…) Frente a ese discurso exclusivista, es importante que los progresistas puedan articular la energía de las calles y expresarla en la política parlamentaria».
Este año 2024 con más de 70 procesos electorales en todo el mundo para renovar instituciones y gobiernos que afectan a más de la mitad de la población del planeta, puede ser decisivo no solo para cada uno de los afectados sino para el propio devenir de la humanidad entera.
No solo por cuestiones políticas a riesgo de hacer saltar por los aires los principios más básicos de la democracia, sino ante el incuestionable reto de las consecuencias derivadas del cambio climático si una horda de negacionistas acapara el poder en muchos de esos países donde este año se van a celebrar determinantes citas electorales e incluso en organizaciones tan trascendentales como la Unión Europea que implica a más de 400 millones de personas.
El problema no solo radica en el virtuosismo de los líderes que representan a toda esa extraordinaria amalgama de formaciones de extrema derecha, ultra conservadoras, ebrias de populismo nacionalista y ensimismadas por el modelo neoliberal, sino que cientos de millones de personas en el mundo han resultado persuadidas por sus cantos de sirena.
Tal como se señala desde numerosos ámbitos, mediante respuestas simples a problemas extraordinariamente complejos de la sociedad actual.
Que ha dado lugar que muchas de esas personas entusiasmadas por el enfervorecido discurso de unos pocos estén dispuestas a llevar al límite el estado de lo social en aras de la destrucción de sus presuntos enemigos.
Para eso no hay mejor instrumento que utilizar el miedo para provocar a una multitud desorientada ante los retos actuales y la incapacidad de los partidos y organizaciones tradicionales para hacerles frente.
Miedo al desigual y al diferente; a la pobreza y a los pobres; a la paz y a la guerra según toque.
«El amor ahuyenta el miedo y, recíprocamente el miedo ahuyenta al amor. Y no sólo al amor el miedo expulsa también a la inteligencia, la bondad, todo pensamiento de belleza y verdad, y sólo queda la desesperación muda; y al final, el miedo llega a expulsar del hombre la humanidad misma»
Aldous Huxley (1894-1963) Novelista, ensayista y poeta inglés.