En esta segunda parte de la entrevista, el filósofo Santiago Alba Rico* reflexiona sobre la izquierda y la derecha, el conservadurismo, el reformismo y la revolución, así como sobre la televisión y los medios digitales.
Me ha llamado la atención tu pregunta sobre si podemos seguir siendo de izquierdas y tu propia contestación. La respuesta es un sí menor: ser revolucionarios en lo económico, reformistas en lo institucional y conservadores lo antropológico. ¿Podrías desarrollar esta idea?
Santiago Alba Rico: Es verdad que, de entrada, la línea divisoria de la historia es la lucha de clases, la historia de múltiples luchas, pero sobre todo de la lucha de clases. Hay una división entre poderosos y débiles, entre élites económicas y plebeyos sometidos, entre, como se dice ahora en modo retórico, el 1% frente al 99%, unas cifras un poco demagógicas y abusivo, pero que recuerdan esta división en términos económicos. No hay que olvidar sólo a partir de 1789 y de lo que hemos llamado modernidad, esta división se expresa a través de la oposición espacial, anatómica, entre la derecha y la izquierda. Los seres humanos no tenemos otra cosa salvo nuestros cuerpos para expresar polaridades simbólicas. Arriba y abajo, derecha e izquierda, grande y pequeño. Utilizamos siempre metáforas corporales para expresar diferencias sociales, diferencias culturales. La diferencia izquierda-derecha surgió un poco debido al azar y marca negativamente en el plano simbólico, las posibilidades de victoria de la izquierda. Como sabrás, esta división nace en el contexto de la Revolución Francesa: en la Asamblea Nacional a la izquierda del representante del rey se sentaban los que estaban en contra de la monarquía mientras que los que la apoyaban se sentaban a su derecha. Esta circunstancia histórica muy reciente hace que, a partir de este momento, se hable de izquierda y derecha para describir dos visiones del mundo políticamente enfrentadas. Es cierto que la diferencia derecha-izquierda está muy connotada culturalmente en todas las tradiciones mundiales. Izquierda es un término marcado del que desconfían casi todas las lenguas y culturas del mundo.
En un texto muy bonito Chris McManus recuerda el carácter dextrógiro de la cultura universal: todos los pueblos de la Tierra, en efecto, han identificado siempre la izquierda con la torpeza, con la oscuridad, con la feminidad, con la insuficiencia, con la muerte; e identificaban, en cambio, la derecha con el bien, la luz y la justicia (y ello hasta el punto de que a la regulación de la justicia la llamamos Derecho). Recordemos también que en la traducción al latín, lo contrario de la diestra es la siniestra. En términos culturales pre-políticos esta oposición es claramente desfavorable a la izquierda. Pero es una diferencia que nos ha servido durante años para expresar una diferencia política en el espacio; es decir, en la materialidad de las relaciones. Ese argumento utilizaba Kant frente a Leibniz para defender el carácter absoluto del espacio: que la mano derecha y la izquierda son simétricas, son iguales, pero, si te las cortas, no las puedes superponer ni por tanto intercambiar. Son simétricas y al mismo tiempo opuestos. ¿Para que defendía esto Kant? Para explicar que había diferencias en el espacio que ningún razonamiento puede resolver. Que la lógica no puede resolver. Las diferencias corporales proporcionan metáforas materiales muy útiles porque señalan diferencias o divisiones que no se pueden resolver mediante una conciliación lógica. Por eso, es política izquierda-derecha.
Pero, ¿podríamos sustituir esa metáfora por otra? Si de pronto descubrimos que la izquierda está totalmente connotada por lastres culturales pre políticos pero también por crímenes políticos (pensemos, por ejemplo, en el estalinismo, etc.… mitad propaganda pero mitad realidad innegable), creo que conviene dejar a un lado esa oposición y buscar otras oposiciones en el propio cuerpo, como arriba y abajo; buscarlas en todo caso en el espacio porque simbólicamente no podemos salirnos del espacio. Por eso no nos deberíamos empeñar en seguir siendo de izquierdas si queremos seguir defendiendo los valores que, al menos yo, asocio a la izquierda, y que tienen que ver con la justicia social pero también con la democracia política.
Esta diferenciación de ser conservadores en lo antropológico, a lo mejor al ser un poco más joven que tú, me pareció de cierto pesimismo antropológico.
SAR: Creo que se trata de todo lo contrario. Sé que lo de conservador en lo antropológico siempre genera polémicas o malentendidos. Pero empecemos por la necesidad de ser revolucionario en lo económico. ¿Por qué? Porque resulta bastante obvio que el capitalismo, con su vocación íntima de infinito, es irreformable. Es incompatible no solamente con la democracia y con la estabilidad institucional sino que es radicalmente incompatible con la supervivencia del planeta, con la capacidad de renovación del planeta y sus recursos materiales limitados y, por lo tanto, creo que hay que transformar la base económica. El cómo es una cuestión diferente. Hay que tener mucho cuidado por dos razones. La primera es que el capitalismo, que explota los territorios pero también los flujos de conciencia, no es sólo un sistema económico; es una civilización y está enredado en nuestra alma mientras retuerce nuestros cuerpos. La segunda es que, vez que se ha intentado, se ha hecho desde el utopismo de la transparencia, tratando de eliminar todas las mediaciones (dinero, Estado, mercado), que deben cumplir algún papel en cualquier régimen económico complejo más justo y razonable. Lo que es obvio es que la tierra, la energía, la educación, la salud no pueden estar en manos del capital. Y se va a resistir a abandonar esos espacios con toda la inercia bestial de su vocación de infinito. Por lo tanto, el capitalismo, como estructura económica, no es reformable.
En cuanto al carácter reformista de las instituciones, debería ser evidente. Si no lo es en la izquierda es como consecuencia de cierta tradición marxista clásica que ha identificado el derecho con el «derecho burgués» y, por lo tanto, con un instrumento de dominación de clase. Se olvida que, en cualquier otro mundo posible, la división de poderes es buena, el habeas corpus es bueno, la prohibición de la tortura es buena. En definitiva, que el derecho es un invento tan favorable para la humanidad como la rueda. Y que tenemos que conservar las ruedas junto con el derecho. Lo que sí queremos es un derecho que realmente lo sea, concebido para proteger a los más débiles y no a los más fuertes y que además sea reformable, cosas bastante incompatibles con la «libertad de mercado». Un derecho en el que sea posible reformar la constitución, bien porque hayan ocurrido cosas nuevas, bien porque todas las criaturas vivas y todos los productos del ser humano, incluidas las instituciones, tienden a envejecer y a corromperse. Precisamente lo que nos impide el capitalismo, en sí mismo revolucionario, es ser reformistas. Yo no quiero ser revolucionario, que es muy cansado. Quiero establecer un orden reformable y eso implica aceptar todo el legado institucional de la Ilustración, y añadirle otros legados y tradiciones de resistencia: la indígena con su atención a la madre tierra o la feminista, portadora de un verdadero humanismo universal. Por lo tanto, se trata de establecer un orden económico-social en el que todo ese legado institucional por fin pueda ser efectivo y, además, susceptible de reformas.
Finalmente, hay que ser conservador en lo antropológico. Primero porque, es obvio, hay que conservar la condición de todos los bienes comunes, que es la Tierra misma, amenazada en pleno Antropoceno por la intervención del ser humano. Así que, como decía Günther Anders, estamos obligados a ser conservadores ontológicos. Es fundamental ser conservador en el plano antropológico porque creo que lo que más ha destruido el capitalismo son los vínculos. Si recuerdas lo que ya decía Marx en el Manifiesto Comunista en 1848 («todos lo sólido se disuelven en el aire») no es posible ignorar esta vertiente que luego Polanyi exploraría lúcidamente. Es verdad que en Marx, al contrario que en Polanyi, había una cierta delectación cosmopolita, porque era un progresista ilustrado, pero también había una indignada denuncia cuando reprocha a los «burgueses» ser los verdaderos causantes de la destrucción de la familia a través del trabajo fabril. Yo sí que creo que es muy necesario, en ese sentido, hablar de conservadurismo, de reivindicar los vínculos, las cortas distancias.
Las cortas distancias, es verdad, son peligrosas porque los vínculos pueden ser muy asfixiantes, pero lo que hay que hacer es despojar los vínculos de las relaciones de poder desigual que los han parasitado. Por ejemplo, el caso del patriarcado. Es muy obvio que los vínculos han sido hasta tal punto parasitados por el patriarcado que históricamente la mujer es la que se ha encargado de los cuidados. No hay ninguna necesidad histórica que destine a las mujeres a ocuparse en exclusiva de los cuidados. Aún más, en estos momentos entendemos que los cuidados son de alguna manera la base no sólo de la revolución social sino también del bienestar político de la mayor parte de los ciudadanos. Así que conservar los vínculos erosionados o destruidos por un capitalismo que genera consumidores solteros es más que necesario: es prioritario.
Thatcher no era conservadora, era revolucionaria.
SAR: Absolutamente revolucionaria. Y frente a la erosión de los vínculos que sus políticas ocasionaron -de la solidaridad de clase a la ética de los cuidados- la tentación reaccionaria es fuerte. Por eso la izquierda sebe asumir la defensa de la familia, a condición de hacer comprender que la familia nuclear patriarcal no es la única familia. Lo que importa es entender que el valor de los cuerpos, igual que el de cualquier objeto, procede del trabajo invertido en ellas, procede del trabajo y el tiempo invertido en cuidarlos. De cuánto me han mirado, de cuánto me han tocado. Eso es lo que da valor a un cuerpo. Mirar y tocar son tareas que durante siglos el patriarcado ha encomendado a las mujeres, pero todos podemos tocar y mirar. En ese sentido, creo que es muy importante concebir familias muy distintas, homosexuales o incluso monoparentales, que aseguren que habrá siempre padres tocando y mirando e hijos tocados y mirados, porque la final lo que ha conseguido el capitalismo de consumo es que lo único que miramos sean imágenes difundidas en las redes sociales a una velocidad inasible. Hoy nada tiene cuerpo; nada dura lo bastante ante nuestros ojos para como para tomar cuerpo y volverse valioso e interesante. Así que hay que ser conservadores. Conservadores de las cosas, las montañas, los cuerpos y los vínculos.
El conservadurismo en sus orígenes en EEUU estaba representado por Abraham Lincoln, el Partido Republicano que era muy diferente al de hoy, que era cercano a los granjeros y a la clase trabajadora. Pensando en esta división que propones he llegado a una conclusión y me gustaría saber tu opinión. En cada una de estas dimensiones –economía, instituciones y lo antropológico– intentar combinar las tres dimensiones del cambio social, es decir ser conservadores, reformistas y revolucionarios en cada una de esas dimensiones. Por ejemplo, en lo económico reformas que ayuden a acumular poder y a eventualmente lograr una revolución. En lo antropológico, conservar mucho pero también reformar cosas, incluso sin la fantasía del hombre nuevo, pero del mismo que creamos o cambiamos las circunstancias sociales, esas circunstancias también cambian como son las personas. Y cambiando esas circunstancias podríamos tener una manera de ser y relacionarse mucho más emancipadora e incluso revolucionaria.
SAR: Estoy completamente de acuerdo. La división que propongo es, como todas, convencional y retórica y busca proporcionar de un vistazo un esquema de explicación e intervención, pero es necesario entender que se trata de fronteras muy porosas. Lo que dices me parece muy sensato y, en el caso de lo antropológico, pensemos, por ejemplo, en España, el país menos homófobo del mundo, según los informes internacionales. El otro día una amiga me contaba que había ido a la boda de su hermano homosexual y que el padre del novio, un hombre conservador y tradicional, estaba llorando de emoción, sin poder contenerse. Conservar quiere decir que hay que celebrar matrimonios, que hay que festejar, marcar gestos y fechas; la fiesta es fundamental y cómo no te vas a emocionar si tu hijo o tu hija se casa. No importa con quién. En ese sentido sí creo que hemos avanzado y que no hay que detenerse, no hay que conservar todo lo dado, lo que hay que conservar son las formas, las fiestas, las ceremonias y los vínculos. Pueden cambiar los cuerpos pero hay que conservar los vínculos. Si no es así acabaríamos aceptando el conservadurismo en los términos que propone el patriarcado, el catolicismo o el pensamiento reaccionario.
En los años 80 fuiste guionista de un programa mítico en TVE, La Bola de Cristal, en el que se decían cosas como «Viva el mal, viva el capital». ¿Podrías hablar de esta experiencia y de qué hacíais allí esos diabólicos guionistas rojeras?
SAR: Fue un programa que no tuvo realmente sucesión, que nació en un momento muy particular de la historia de España en el que quizá hubo más libertad que en cualquier otro momento anterior o posterior y en el que coincidimos los representantes de ese movimiento de renovación cultural y social que se llamó La Movida -un movimiento de renovación estética, cultural y sexual- con los restos del marxismo militante derrotado por la Transición española. En ese margen inesperado de libertad, sencillamente hicimos un programa en el que decíamos todo lo que se nos pasaba por la cabeza. En principio era un programa dirigido a los niños, pero acabaron viéndolo los mayores. Yo, por ejemplo, que me encargaba de la primera media hora, dedicada a los más pequeños, y cuyos protagonistas eran muñecos, acabé contando a los telespectadores la acumulación originaria o el colonialismo. Para ello utilizaba fábulas y cuentos, pero inspirándome mucho en Marx, en Brecht y en Jonathan Swift. Acababa hablando de política contemporánea, criticando mucho al Partido Socialista entonces en el Gobierno, pero criticando también la sociedad de consumo, la comida basura, el imperialismo cultural de EEUU y, sobre todo, alertando ya en ese momento, con la televisión aún balbuciente, contra los peligros de la televisión. No hay que olvidar que la suspensión del programa en 1988 coincide con la aprobación de la ley que aprobaba y regulaba las televisiones privadas en España. La Bola de Cristal invitaba a apagar la tele y abrir un libro; y a colectivizar los problemas. Para eso, en cada emisión, con un contenido visual distinto, se ilustraba el conocido eslogan: «Solo no puedes, con amigos sí».
Hoy en día estamos en otro contexto en el que los medios digitales y las redes sociales cobran relevancia. ¿Qué opinión tienes sobre su utilización en proyectos emancipadores y, por el contrario, para controlar, vigilar, difundir propaganda y reforzar el autoritarismo?
SAR: Dos observaciones al respecto. Aunque no es una herramienta, los medios digitales permiten prestaciones de doble uso y el que se imponga un uso sobre otro depende de la relación de fuerzas dominantes. Creo que es muy ingenuo pensar que las nuevas tecnologías, las redes, los medios alternativos constituyen una victoria inmediata de los sectores emancipatorios, y ello por la sencilla razón de que al interior de la red se han trasladado las mismas relaciones de poder que existen en el mundo. Por lo tanto, es otro territorio en disputa más que un instrumento de liberación. Tenemos que disputar el territorio analógico pero también el digital, donde mandan también las grandes corporaciones y los gobiernos. Basta comparar el número de páginas pornográficas o de comercio online o en todo caso de grandes periódicos mainstream con el número de usuario de páginas de información alternativa.
Luego me preocupa mucho otro aspecto de las nuevas tecnologías. Siempre pensamos en lo que estas nos permiten hacer pero nunca en lo que nos obligan a hacer. En este sentido, las llamadas nuevas tecnologías -a diferencia de las anteriores revoluciones tecnológicas- han introducido gadchets muy fronterizos, que no sabemos si son herramientas, territorios u órganos. Probablemente son las tres cosas al mismo tiempo. Si tienes un martillo, pero no tienes un clavo, no lo sacas de la caja de herramientas… sería muy absurdo decir «como tengo un martillo, voy a utilizarlo». Un ordenador conectado a la red o un teléfono móvil conectado a la red no es exactamente una herramienta; es más bien un órgano, un órgano vital y ahí sí que la cosa comienza a complicarse. Porque si puedes decir que no vas a utilizar el martillo porque no tienes ningún clavo que clavar no puedes decir que hoy vas a salir de casa sin el riñón derecho o sin el hígado. De alguna manera nuestra relación con las nuevas tecnologías es ya una relación orgánica. Y es tan orgánica que s el único órgano vital que tenemos y respecto del cual nuestros cuerpos son de algún modo residuales, un estorbo o un lastre que nos impiden ir tan deprisa como nos demandan las redes, en un contexto tecnológico dominante en el que hemos sustituido la sucesión por la simultaneidad. Las redes han impuesto un régimen de simultaneidad que, de entrada, es bastante incompatible en términos físicos con un cerebro finito y que al mismo tiempo nos introduce en una red biológica que está siempre viva, que cuando yo duermo sigue encendida, lo que genera una enorme ansiedad, porque resulta que estamos fuera de la vida mientras dormimos, estoy fuera de la vida mientras hablo contigo en un café sin que nadie registre este momento.
Lo que ocurre en tu cuerpo y alrededores deja de tener relevancia y el acontecimiento con mayúsculas está siempre en otra parte, a la que se accede a través de las nuevas tecnologías. En ese sentido creo que las nuevas tecnologías nos obligan a bajar la cabeza (literalmente) mientras que la dignidad neolítica nos obligaba más bien a mantenerla erguida. Nos obligan a que nuestras decisiones realmente libres sean violentas. Siempre lo cuento así, de manera hiperbólica y truculenta pero bastante realista: desconectar el ordenador de la red es como practicar la eutanasia a un pariente. Si la única libertad que tienes pasa por practicar la eutanasia a un ser querido («apagar la vida»), no parece que las nuevas tecnologías nos hagan muy libres. La facilidad misma se convierte en una tiranía.
Dicho esto, no cabe la menor duda de que en un momento en el que se ha producido una erosión clara de los marcos de credibilidad de los medios de comunicación mainstream –yo comienzo en la Guerra del Golfo en 2003- el hecho de disponer de medios alternativos o de redes en las que puedes intercambiar información ha generado un efecto positivo. Hay un sector de la población cada vez mayor -todavía insuficiente-, que va dejando la televisión para informarse a través de las redes. Esto tiene enormes peligros también, porque si no estás previamente informado o previamente educado, puedes acabar aceptando la autoridad de las fuentes más disparatadas. La teoría de la conspiración, por ejemplo, ha encontrado un terreno más que fértil en las redes y es muy peligroso porque huyendo de una información de la que desconfías puedes acabar en fuentes tan falsas o más que aquellas de las que huyes. Lo que quiero decir es que las redes no son ese estado de naturaleza virgen al que volvemos para encontrar la verdad transparente, sino que, como en el caso del periódico, exige una educación previa que las redes mismas no dan, sino que también contribuyen a erosionar o que de alguna manera impiden.
Con tu explicación he recordado ese axioma de McLuhan que decía que las tecnologías y los medios son extensiones del cuerpo humano y que eso podría tener una lógica emancipadora –el potencial existe. Pero podría ser al revés y que nosotros, los seres humanos, seamos extensiones de la tecnología –ese es el modelo de esclavitud respecto al iPhone.
SAR: Exacto, de Matrix… nuestros cuerpos son terminales, son el yacimiento masivo del que se alimenta una maquinaria que no controlamos. Desconfío siempre de mi análisis sobre la tecnología porque tengo la convicción de que, si algo determina nuestros abordajes de la realidad, es precisamente el hecho de que somos todos prolongaciones de contextos tecnológicos. Yo he nacido en un contexto tecnológico muy distinto de aquél en el que vivo, de manera que ya no sé cuándo estoy pensando en un contexto tecnológico que está a punto de desaparecer, cuándo estoy pensando desde el contexto tecnológico en el que vivo y cuando estoy pensando –y me gustaría dar también una oportunidad a esta hipótesis– desde fuera de los dos: cuándo estoy pensando desde algo así como una razón precaria -un juicio kantiano- que introduce argumentos que no pueden ser enteramente disueltos en el contexto.
Esta entrevista ha sido publicada en inglés en openDemocracy
*Santiago Alba Rico es escritor y ensayista. Estudió filosofía en la Universidad Complutense de Madrid. Guionista en los años 80 del mítico programa de televisión «La Bola de Cristal», ha publicado más de veinte libros sobre política, filosofía y literatura, así como tres cuentos para niños y una obra de teatro. Desde 1988 vive en el mundo árabe y ha traducido al castellano al poeta egipcio Naguib Surur y al novelista iraquí Mohammed Jydair. Colabora habitualmente con distintos medios de prensa (Público, Cuarto Poder, CTXT, Atlántica XXII y otros).
[…] Evidentemente, esto no sólo no excluye, sino que exige poner en cuestión la esclavitudes y dominaciones que llevan aparejadas formas tradicionales de sociedad: dominaciones de clase, de género o de raza. Hay que despojar, decía Alba Rico, a los vínculos de las relaciones de poder desiguales que los han parasitado. Así por ejemplo, afirma, es evidente que el patriarcado ha parasitado los vínculos, haciendo que históricamente sea la mujer quien se haya encargado de los cuidados. Extender los cuidados no sólo es “liberar a la mujer”, es liberar a la sociedad y aumentar el bienestar social de todos. “No hay que detenerse, no hay que conservar todo lo dado, lo que hay que conservar son las formas, las fiestas, las ceremonias y los vínculos. Pueden cambiar los cuerpos pero hay que conservar los vínculos. Si no es así acabaríamos aceptando el conservadurismo en los términos que propone el patriarcado, el catolicismo o el pensamiento reaccionario”. […]
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