
Guardar silencio. Acopiarlo, coleccionarlo. ¿No es a esa tarea a la que se dedica el psicoanalista, aunque sin más instrumento que la acogida de la palabra del analizado? Porque así es como empieza. Uno habla y el otro calla. Y Lacan nunca dejará de hacerlo, para empezar en sus Escritos, texto indispensable de la historia del pensamiento del siglo XX: «ese silencio comprende la palabra, como se ve en la expresión guardar silencio, que, para hablar del silencio del analista, no quiere decir solamente que no hace ruido, sino que se calla en lugar de responder»[1]LACAN, Jacques. 2004. «Variantes de la cura-tipo», en Obras Completas I. Barcelona: RBA, p. 337, pero también en el discurso de clausura del Congreso de la Escuela Freudiana de París en 1970 («seguí escuchando un silencio cuyo mantenimiento me beneficiaba»[2]LACAN, Jacques. 1970. «Allocution prononcée pour la clôture du Congrès de l’École freudienne de Paris le 19 avril 1970, par son directeur», Scilicet, 4° trimestre, n° 2/3, p. 391) o en el Seminario de Caracas de 1980 («el silencio atribuido al Ello como tal supone el parloteo»[3]LACAN, Jacques. 1982. «El Seminario de Caracas», en Actas de la reunión sobre la enseñanza de Lacan y el psicoanálisis en América Latina. Venezuela: Ateneo de Caracas, p. 5).
Lacan nos recuerda, igualmente, que el alcance de una interpretación analítica «va mucho más lejos que la palabra»[4]LACAN, Jacques. 1975. «Le Séminaire, Livre XXII: R.S.I., lección del 11 de febrero 1975», en Ornicar?, 4, p. 95, incidiendo en el cuerpo, donde resuena, el encuentro del goce y la lalangue. Finalmente, precisa Lacan, no basta con callar para suspender el efecto de sentido, sobre todo porque el silencio, por oportuno que sea, no siempre tiene éxito. La práctica analítica no es ajena a la poesía o a la literatura, en general, aunque no tengan ni el mismo uso ni el mismo interés en el discurso. Esta es, y no otra cosa, la oportunidad de identificar un silencio que no es lo contrario del discurso, una formulación aproximada para intentar acercarse a lo que Lacan llama el alcance de un decir silencioso.
No es la resonancia del lenguaje sino la resonancia del cuerpo la que vibra. A través del ruido del mundo, algo del ruido del mundo se detiene, y este silencio sin autor dibuja un espacio para decirlo. Romper el silencio silenciando el sentido, para dar «lugar al vacío de un lugar vacío» y producir «el claro entre nubes»[5]BLANCHOT, Maurice. 2011. «La palabra vana», en La amistad. Madrid: Trotta, p. 121, como escribiese Blanchot. El silencio no carece de efecto sobre el significado. No es sistemático que lo suspenda, por lo que a veces podemos evocar un silencio cargado de significado. En el decir silencioso como forma de interpretación analítica, es el silencio el que detiene el sentido para que el decir pueda producirse. Desde el principio de su enseñanza, Lacan vincula la cuestión del sentido al silencio y a un manejo particular de la cisura.
Pero continúo y les pido paciencia en su silencio. Porque el viaje hacia los silencios lacanianos me ha llevado a esa parte de la enseñanza de Lacan, más allá de sus Escritos, donde sitúa en el centro de la interpretación psicoanalítica «un efecto de agujero» opuesto al «efecto de sentido»[6]LACAN, Jacques. 1977. «L’insu que sait de l’une-bévue, s’aile à mourre», lección del 19 de abril 1977, en Ornicar?, 17/18, p. 15. Pero este efecto de agujero es también, creo, lo que puede llevar a recurrir al psicoanalista. En el mundo, un sujeto existe al azar pero de repente algo sucede, poniendo en duda la forma en que se había estado sosteniendo, sin siquiera darse cuenta. La mayoría de las veces, algo insano, algo como un agujero negro semántico, algo como «un silencio más ruidoso que una borrasca»[7]DES FORÊTS, Louis-René. 2015. «Les Mégères de la mer», en Œuvres complètes. Paris: Gallimard, p. 913, lleva al sujeto a llamar al sujeto que se supone que sabe, para reparar el desgarro. Este efecto del agujero será así en un primer momento, que puede durar mucho tiempo, cubierto por la búsqueda del conocimiento. En la cura analítica, el sujeto produce significantes cuyo efecto de significado es rebajar el sonido de este silencio ensordecedor. Esta es la paradoja del dispositivo analítico. Sin embargo, no es la última palabra. ¿No tenemos aquí una primera aparición del efecto agujero? Si el psicoanálisis es ese dispositivo que propone explicarse con la palabra, necesariamente hará resonar el equívoco. Uno se explica necesariamente con las palabras, por medio de las palabras, a través de ellas. Sin embargo, las palabras no son sólo una herramienta que nos sirva. Su materia, o como dice Lacan, su motricidad, nos obliga y suspende de lo inaudito lo que emerge de lo gastado.
Me detengo. Este silencio es el hilo conductor de todas estas palabras mías. El silencio no es la ausencia de ruido. Más bien se deja llevar por los sonidos que la rodean. Todo el mundo tiene la experiencia. El silencio de la nieve no es el silencio de la noche, el silencio del bosque en otoño no es el silencio de una noche de verano. Hay silencio forzado, oprimido, hay silencio previo, silencio consecutivo, prudente, etcétera. En el dispositivo analítico, sigue existiendo el silencio del analista y el del analizado. El silencio púdico y el de la escucha, el silencio de lo real y lo real del silencio… tantas variaciones de este plural que tendríamos que enumerar. Pero no es seguro que esto nos permita distinguir un decir silencioso de un silencio que habla. En cualquier caso, propongo un camino que nos lleve desde la inhibición atenta hasta el episodio de las Sirenas, donde los marineros, al oír el silencio, desatan a Ulises.
He dicho desatar y podría haber dicho también romper, desprender, deshacerse del redil, desprenderse de las quimeras, romper el círculo asfixiante de la culpa, arrancarse del rebaño, zarpar y contener la lengua mientras se mantiene el rumbo. ¿Acaso no son éstas también posibles variantes del análisis? Contener la lengua para que la lengua, al hablar, deje de ser silenciosa y más bien hable en silencio. Lograr romper el silencio mientras se hace el silencio. Guardar silencio, pero de una vez por todas. Entonces guardar silencio porque ese mismo silencio implica el habla. El silencio es un lenguaje que nos obsesiona porque nos falta[8]BLANCHOT, Maurice. 2009. Una voz venida de otra parte. Madrid: Arena Libros, p. 15. El psicoanalista, al guardar silencio, lo vigila; es su lugar mismo, como escribe Lacan en la fórmula del discurso analítico propuesta en el MIT, en 1967. El silencio del analista, que no es de asentimiento ni de reprobación, sino de vaporosa atención, será sentido por el sujeto analizado como una espera de la verdad, esto es, que el análisis «tiene como finalidad el desvelamiento de la verdad»[9]LACAN, Jacques. 1957. «Clefs pour la psychanalyse. Entretien avec Madeleine Chapsal», en L’express 310, 31 de mayo, p. 22. La semblanza del residuo, del desperdicio que es el silencio, preserva el lugar para que de una palabra que no es vana, así como de la llegada de un decir, haya una oportunidad. El silencio del analista no es un silencio guardado. No es sólo una prudente reserva la que guía a quien se sabe portador de un silencio mucho más que de una voz, como una termita silenciosa. O Pat, el camarero sordo del Ulises de Joyce. Ahora volveremos al irlandés.
De cualquier forma, si Lacan insiste en añadir el silencio a su escucha, es porque ciertamente hay una resonancia.
Podemos reconocerle el mérito de su magistral manejo de la lengua francesa por no ver esto como un pleonasmo sino como una indicación. «Escuchar en silencio», dice Lacan en sus Escritos[10]LACAN, «Acerca de la causalidad psíquica», en Obras…, Op. Cit., p. 151. Hablar nos lleva por el camino equivocado, pero yo no pretendo decir aquí que el silencio sea expresivo. Por el contrario, creo que apuntaría a lo que llamamos, según Lacan, el decir. No es que este silencio no diga nada, sino que esta nada, dice. Intentar que los sonidos sean, esa es la propuesta de Lacan. También en Joyce, al que no interesa el significado, sino que, dirá, es en el silencio donde se siente que se oye. Además, todo el capítulo de Las Sirenas como una traducción de los diversos caminos del silencio. El camino de este silencio no es el camino fácil. Escuchar el silencio es una tarea inaudita que nos lleva al umbral de la distinción entre lo que se dice y lo que es dicho. El verbo oír, precisamente, ocupó a Lacan en un momento de su enseñanza. Encontramos rastros de ella, por ejemplo, en «De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis», obra contemporánea a su traducción de un artículo de Heidegger. En su texto, Lacan señala el error que consiste en sostener que la alucinación verbal es auditiva. No podemos considerar que «el acto de oír no es el mismo según que apunte a la coherencia de la cadena verbal, concretamente su sobredeterminación en cada instante por el efecto a posteriori de su secuencia, así como también la suspensión en cada instante de su valor en el advenimiento de un sentido siempre pronto a ser remitido – o según que se acomode en la palabra a la modulación sonora a tal fin de análisis acústico: tonal o fonético, incluso de potencia musical»[11]LACAN, «De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis», en Obras…, Op. Cit., pp. 514-515 .
Percepción singular, pues, para quien no puede hablar sin oírse, ni escuchar sin dividirse. En su versión del Logos de Heidegger, Lacan traduce ἀκούειν como «oír», aunque se ha traducido más a menudo como «escuchar»[12]HEIDEGGER, Martin. 2013. «Logos», en Le Portique, 31 (1 de novembre), p. 9 (Trad. Jacques Lacan). En el fragmento de Heráclito que hace de punto de partida del texto de Heidegger, se trata del oír y del haber oído, de la palabra y de la cosa dicha. «Oír y decir», acaba traduciendo Lacan. Se puede escuchar que esto ya es una opción. También sería interesante releer e interpretar esta traducción de Lacan y, sin embargo, pido silencio todavía. Esto es algo, debo decir, que nos obliga a cavar el nudo, humilde aquí, precisamente en la juntura entre lo simbólico y lo real[13]LACAN, «Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis», en Obras…, p. 298. Experimentar la fuerza oscura que emana de las palabras, enfrentarse al enigma del sinsentido, tener que pasar por el calvario de lo real, ¿quién no ha tenido la tentación de separar el silencio de la palabra? Llevar este dolor al lugar de un psicoanálisis lleva inmediatamente a medir que el voto de silencio está en sí mismo sujeto a lo imposible, ya que incluso para permanecer en silencio no podemos evitar la relación con el lenguaje. Reconectar con el habla implica considerar el silencio como algo no independiente de la lalangue, de ese lugar donde algo regresa desde el silencio de lo infante, una delgada grieta en el habla donde se escucha algo que perdura después de que su sentido se ha perdido, donde el niño que fuimos ha dejado sus huellas, una estampa que aún vibra en la distancia, «como una tormenta que no sabemos si se acerca o se va»[14]DES FORÊTS, «Poèmes de Samuel Wood», en Œuvres complètes, Op. Cit., p. 1003. La observación del poeta parisino nos resulta fundamental: «Todo sucede como si algunos vocablos o fonemas supieran mucho más que nosotros acerca de lo que designan»[15]DES FORÊTS, «Ostinato», en Œuvres complètes, Op. Cit., p.1180 se convierte en la apuesta de un psicoanálisis. Pero de este conocimiento, más antiguo que la historia, el sujeto permanece separado. Donde estaba lo que no hablaba, surge un rastro tan fino como un cabello: una palabra de silencio.
Aquí vuelvo a uno de los puntos de partida de este trabajo, que se ha quedado en el umbral. Es conocido el pasaje de la Odisea en el que nuestro infatigable viajero se apoya en unos marineros sordos para cruzar el peligroso paso de la costa de Amalfi sin perecer y experimentar un placer inaudito. Este episodio ha sido durante mucho tiempo objeto de gran controversia. Kafka, Joyce, Mallarmé, Blanchot, Foucault o Quignard han elaborado, a este respecto, comentarios fascinantes. Habría mucho trabajo que hacer allí. Sólo quiero insistir en lo que en mi opinión concierne aquí al psicoanalista: los marineros, Euríloco y Perímedes, con los oídos tapados, al oír el silencio, desatan a Odiseo. Escuchar el silencio es esa tarea inaudita a la que también se aplicó Joyce y que nos llevará a descartar lo que algunos podrían entender como lirismo. Cuando escribió el undécimo capítulo del Ulises, a mitad, más o menos, de la formidable novela, con el episodio de las sirenas, sería un eufemismo decir que Joyce tocó el lenguaje. Es una verdadera batalla la que lleva al lector a tener que atarse al mástil para atravesar la tormenta que lo pone todo patas arriba. El poder fatal de la seducción sónica se confía aquí a dos camareras, la señorita Douce y la señorita Kennedy. Orquestan este delicioso colapso del significado en el sonido, del que un personaje parece ser testigo voluntario, el camarero, también portero, del Hotel Ormond, Pat el sordo: «Pat, waiter, waited, waiting to hear, for he was hard of hear by the door»[16]JOYCE, James. 1975. Ulysses. London: Penguin, p. 272 (pasaje que García Tortosa traduce como: «Pat, camarero, atendió, atento a oír, pues era duro de oí junto a la puerta»).
Pat guarda silencio, de oreja a oreja, es él quien permite a Bloom salir del lugar: «By deaf Pat in the doorway straining ear Bloom passed»[17]Ibíd., p. 285 (Por el sordo de Pat en la entrada aguzando el oído Bloom pasó). Porque, al final, ¿qué importa aquí?, parece preguntarse Joyce. «¿Palabras? ¿Música? No, es lo que hay detrás»[18]Ibíd., p. 273. ¡Atrevido Joyce, que sabe tan bien cómo tergiversar el significado! En fin, si hemos de creer el último sonido del episodio, lo que hay detrás de las palabras, detrás de la música, es, nada menos, que un pprrpffrrppfff[19]Ibíd., p. 290. ¿Balbuceo, regüeldo, ventosidad? Este singular efecto resuena frente a Euríloco y Perímedes, reducidos aquí a la única figura de Pat el Sordo, que no se ocupa tanto de desatar a Bloom como de, ante el umbral, hacer devenir presente este extraño silencio audible.
Que la palabra dé su sonido –porque esto es una cuestión del dar, pero también del don- ocurre en lo inesperado de un efecto de agujero incalculable. Por eso he empezado con Lacan y deseo terminar en silencio. Sólo espero haber transformado en sensible lo que se necesita de la palabra y del silencio inaudito para cortocircuitar el ruido y la furia del lenguaje y dejar espacio para el contacto inédito, inducido, imprevisible, con algo como un círculo cuadrado o una flor en un clavo. Otra forma sutil de silencio habría sido, quizás, un muñeco de nieve cuando se derrite. Por lo que sabemos hasta ahora, sólo hemos empezado a pensar en los silencios de Lacan y yo me despido aquí.
Gracias por haber guardado silencio, por la calidad de su silencio y por no temer su forma, cualquiera que ésta sea.
Título: Escritos (II vols.) |
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Referencias
↑1 | LACAN, Jacques. 2004. «Variantes de la cura-tipo», en Obras Completas I. Barcelona: RBA, p. 337 |
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↑2 | LACAN, Jacques. 1970. «Allocution prononcée pour la clôture du Congrès de l’École freudienne de Paris le 19 avril 1970, par son directeur», Scilicet, 4° trimestre, n° 2/3, p. 391 |
↑3 | LACAN, Jacques. 1982. «El Seminario de Caracas», en Actas de la reunión sobre la enseñanza de Lacan y el psicoanálisis en América Latina. Venezuela: Ateneo de Caracas, p. 5 |
↑4 | LACAN, Jacques. 1975. «Le Séminaire, Livre XXII: R.S.I., lección del 11 de febrero 1975», en Ornicar?, 4, p. 95 |
↑5 | BLANCHOT, Maurice. 2011. «La palabra vana», en La amistad. Madrid: Trotta, p. 121 |
↑6 | LACAN, Jacques. 1977. «L’insu que sait de l’une-bévue, s’aile à mourre», lección del 19 de abril 1977, en Ornicar?, 17/18, p. 15 |
↑7 | DES FORÊTS, Louis-René. 2015. «Les Mégères de la mer», en Œuvres complètes. Paris: Gallimard, p. 913 |
↑8 | BLANCHOT, Maurice. 2009. Una voz venida de otra parte. Madrid: Arena Libros, p. 15 |
↑9 | LACAN, Jacques. 1957. «Clefs pour la psychanalyse. Entretien avec Madeleine Chapsal», en L’express 310, 31 de mayo, p. 22 |
↑10 | LACAN, «Acerca de la causalidad psíquica», en Obras…, Op. Cit., p. 151 |
↑11 | LACAN, «De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis», en Obras…, Op. Cit., pp. 514-515 |
↑12 | HEIDEGGER, Martin. 2013. «Logos», en Le Portique, 31 (1 de novembre), p. 9 (Trad. Jacques Lacan) |
↑13 | LACAN, «Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis», en Obras…, p. 298 |
↑14 | DES FORÊTS, «Poèmes de Samuel Wood», en Œuvres complètes, Op. Cit., p. 1003 |
↑15 | DES FORÊTS, «Ostinato», en Œuvres complètes, Op. Cit., p.1180 |
↑16 | JOYCE, James. 1975. Ulysses. London: Penguin, p. 272 (pasaje que García Tortosa traduce como: «Pat, camarero, atendió, atento a oír, pues era duro de oí junto a la puerta») |
↑17 | Ibíd., p. 285 (Por el sordo de Pat en la entrada aguzando el oído Bloom pasó) |
↑18 | Ibíd., p. 273 |
↑19 | Ibíd., p. 290 |